García Martínez – 9 enero 2003
El amigo y coleguilla que me regaló en Navidad el libro El periódico del siglo –que se publica por el centenario del ABC– no se imaginaba lo que la casualidad iba a traernos.
El volumen recoge cien artículos de otros tantos escritores y periodistas, publicados en el diario desde 1903. El primero de los trabajos –Licencia para trasnochar– apareció el 5 de marzo de ese año y lo firma Mariano de Cavia.
El autor se duele de algo que también lamentamos los periodistas de ahora: la resistencia de los políticos a hacer aquello que se les sugiere desde los periódicos, aun cuando la sugerencia sea buena. (Ahí sigue la mil veces denunciada pasarela-pegote que une el edificio de Moneo con el Ayuntamiento). La propuesta de Cavia de rendir homenaje a un murciano excepcional, sólo recibió de las instituciones buenas palabras. Y escribe: «¿Les disgusta a vuesas mercedes la proposición de un homenaje que tan sobradamente tiene ganado el maestro Caballero, patriarca de la música española, sólo porque ha sido mía la ocurrencia?». ¡Ay, Miquelarena! Las miserias de entonces son también las miserias de agora.
Mas no se acaba aquí la función. La persona que más sabe de cabras del mundo, Fernando Crespo León, ha sacado un precioso libro en dos tomos, editado por la Academia de Medicina (con diseño de Contraste), en el que nos hace saber sobre Murcia en la España del siglo XIX. El pretexto es la biografía de don Benito Closa y Ponce de León, médico de la Beneficencia y pariente suyo.
Por las fechas en que Cavia se cabreaba, al pueblo de Murcia le dio por echarse a la calle para mostrar su cariñosa adhesión al ilustre músico y paisano.
—Aquí, cuando nos ponemos, nos ponemos. Sólo que nos ponemos poco.
Tomo del libro de Crespo unos párrafos de la crónica del Diario de Murcia (6 de abril de 1903): «Desde las primeras horas de la mañana del Domingo de Ramos se detecta un extraordinario e inusual gentío que se encamina hacia la estación del Carmen. Cuando el tren correo entra en agujas se produce un espectáculo sublime: infinidad de bombas y cohetes surcan los aires atronando el espacio, las bandas de música tocan alegres piezas y millares de voces lanzaron el mismo entusiasta grito: ¡Viva el maestro Fernández Caballero!».