García Martínez – 19 febrero 2003
Hay gente que supone que el rancho de Bush es algo así como Versalles. Incluso el propio Aznar –si no ha estado allí antes, cosa que ignoro– pensará algo parecido. ¿Pues no ha de bañarse cada día en suntuosidad y lujurias diversas el amo y señor (esto último no tanto) del mundo?
Se equivocan todos, hora es ya de decirlo. El rancho grande de Bush, grande sí parece que lo es, pero la parcela (unos que 200, otros que 2.000 hectáreas) es de una tristeza acojonante. Esto no lo sé no por mí mismo, que carezco de medios investigativos, sino por una entrevista que le hizo Nieves Herrero a un señor de allí. A un tejano que vive en una aldea de setecientos habitantes y que es núcleo urbano que queda más cerca del rancho.
El tejano que digo es auténtico. Se le nota en el habla. Porque el hecho de calzar pantalones tejanos no nos dice nada. Podía ser un tío del Javalí, ya que ahora todo el mundo usa tejanos. Era el acento, el deje, lo que demostraba que el payo es de allí. Del nombre de la aldea no me acuerdo. Ni falta que hace.
El lugar no tiene restaurantes, fuera del que hay en la gasolinera. Debe de ser como aquel de la película «El cartero nunca llama dos veces».
—Dirá usted «siempre llama…»
Sí, sí, desde luego. Siempre llama dos veces. Y la comida, ya se la puede el lector imaginar: hamburguesas, coca-cola y tal. Aunque no se me crea, este lugareño americano dijo que, a veces, Bush come en la gasolinera. No en el surtidor, obviamente, sino en el restaurantillo. Con esto se demuestra que Bush, aunque republicano, es demócrata. Y ahora viene lo peor: la zona es un coñazo de zona, una desolación, un aburrimiento. Por lo visto se produce allí un silencio de esos que, lejos de reconfortar, te ponen de los nervios.
Es lástima que no me lea Aznar, aunque tampoco se va a hundir el mundo por eso. Si me leyera, quedaría advertido de que el rancho mismo y sus alrededores son un muermo. No diré que Bush no lo pase bien allí, pero temo que Aznar se lleve un desengaño.
Hombre, los filetes sí que son buenos. Enormes. El filete tejano y la costilla del costillar hacen que la carne (buenísima) se te deshaga en la boca. Pero, claro, como dijo Walt Whitman, no sólo de costilla vive el hombre.