García Martínez – 10 julio 2003
Buena se ha liado en la Asamblea de Madrid. Cuantísimo gusto le hubiera dado poder estar allí al ciudadano Angosto. Bueno, a lo mejor estuvo, pues él procura que sus viajes a la Corte coincidan con alguna sesión del parlamento autonómico. Si fuere como me temo, ya nos contará.
A mí también me hubiese encantado. Hombre, después de tragarte –en mi caso las de Cartagena, digo– tantas y tantas insulsas sesiones, cuando sale una de esas que traen tomate, pues merece la pena no perdérsela.
Esto fue, como de seguro sabe el lector, que dos diputados del PSOE que hacían falta como agua de mayo para darle la presidencia al socialista Simancas, llegaron los tíos y no estuvieron.
—Será que se ausentaron.
Que no, coña, que no estuvieron, que no aportaron por el hemiciclo. Total, que se votó y la coalición PSOE-IU salió derrotada. Por lo mismo, la presidencia se le adjudicó –inesperadamente, desde luego– a una del PP que se llama nada menos que Dancausa.
—Dancausa justificada, claro.
¡Ah, eso desde luego! Si recogió votos suficientes, la Dancausa está justificadísima.
Lo más patético de todo fue ver por la tele la cara que se le iba poniendo a dicho Simancas. La votación avanzando y de la pareja, ni el olor. Tremendo, ¿eh? Después llegó Caldera y dijo que ambos dos compañeros suyos «habían defraudado la confianza que los electores pusieron en ellos». Yo creo que no, ¿eh? A mí me parece que depositar la confianza en este o aquel político no puede tener lugar cuando lo que votas es un bloque, una colección cerrada de aspirantes. Si abrieran las listas de una jodida vez, todo estaría más claro. Parece que estos dos que decimos eran contrarios al pacto entre PSOE e IU. Pues eso hay que decírselo a los electores. De lo contrario les estamos dando gato por liebre. O Dancausa por Simancas.
Luego viene el otro, que tampoco es manco. Digo el portavoz del PP. Este Luis de Grandes –que más parece que lo fuera de pequeños– declara, con motivo de esto, que «en el PSOE se registran diferencias en el reparto de botín».
¿Pero qué botín, tío melón? ¿Acaso reconoce usted que es a eso –a repartirse el botín– a lo que se va a la política? ¿O es sólo una expresión metafórica?