García Martínez – 20 febrero 2004
No fue lo que pasó este viernes en Murcia, que amaneció de noche, de tan oscuro como se mostraba el paisaje.
—De noche y mojado, dirá usted.
Bueno, lo de mojado habría que matizarlo. Caer agua, cayó, no diré que no. ¿Pero cuánta? No para resolvernos el problema. Sin embargo, las nubes se desplazaban en jirones, como dispuestas a dejarnos con la boca abierta.
A esta Región se le concedió ayer un cerrado cielo plomizo, pero fue porque en el resto de España, en la entera España, estaba lloviendo a manta y nevando. Así de simple y de preocupante. Si las lluvias y las nieves hubieran afectado sólo a media Península, ¿de qué se nos iba a dotar de color gris y apariencia de lluvia seria? Hubiera lucido un sol rabioso, que es a lo que estamos acostumbrados.
—¿Es que le falta a usted asunto para escribir, que ha echado mano del tiempo que hace?
Si le digo al lector la verdad –y se la digo siempre–, no soy yo quien ha elegido el tema, sino que el tema me ha elegido a mí. Anteanoche, los hombres del tiempo nos hicieron ver unos mapas llenos de rayas, anunciando lluvia. Amén de nieves. Y sólo por no escandalizar, por no ser Murcia la excepción, esta provincia aparecía también rayada.
—Eso es verdad.
Y, encima, para completar el cuadro de incidencias naturales, a eso de las once menos algo se notó un terremoto en Ceutí, Lorquí y Molina. Horas después amaneció de noche, como digo, pero sólo para darnos el pego. A la hora en que escribo, sólo hemos notado –al menos desde el observatorio de la Glorieta– un llover por compromiso.
Lo que voy buscando es resaltar que, cuando toda España se moja bien mojada, Quien Corresponda se ve obligado a disimular con nosotros. Así se da la impresión de que los murcianos no estamos discriminados. Porque resulta penoso, muy lamentable, vaya, que cuando la restante España recibe una lluvia tan excelente, aquí tengamos que conformarnos con la esperanza de un trasvase que nos traerá aguas más feas –contaminadas de mejillón cebra– que las que bajan del cielo.
No sólo se olvida de nosotros la autoridad. También el buen Dios de la lluvia, que llora tan escaso sobre Murcia.