García Martínez –08 marzo 2004
Procuremos permanecer tranquilos. Lo que sucedió en el Calderón el domingo en la noche no debe trastornarnos más de lo que nos ha trastornado el equipo en anteriores ocasiones. Bien mirado, ocurrió lo mismo que viene ocurriendo, más o menos, cada semana.
Seamos sinceros. Cuando faltaban diez minutos para que acabase el encuentro, nadie que ame de verdad al Real Murcia confiaba en que el marcador se mantuviera en 0-1 hasta el final. Aún diré más: faltando dos minutos para que el de negro pitara, nuestro subconsciente nos decía que el partido no iba a terminar con victoria murciana. El locutor de Canal Plus, en cambio, daba ya por hecho que nos traíamos a Murcia los tres puntos. Hablaba la lógica.
—Sé lo que quiere decirme. Nadie de aquí confiaba en que no nos empataría finalmente el Atlético de Madrid. Y me reconocerá usted que jode.
¡Hombre, claro! ¿Cómo no va a joder? Pero, de sorpresa, nada. Si alguien tiene un sino –y el Murcia lo tiene–, ese sino se cumple.
Cuando Luis García engañó al portero y marcamos el penalti, el cámara, que no es tonto, enfocó a Big Fish, o sea el Pez Gordo (pero no Gran Pez) que es Gil y Gil. ¡Vaya una cara que se le puso al payo! Esa era mi alegría de la noche: darle en la trompa al lamentable personaje. ¡Ah! ¡Cómo contrastaba su rostro apagado con el brillo de un reloj de oro, tipo ladrillo, que lucía en la muñeca!
—Es un vanidoso. ¿Le parece a usted que todos sus jugadores lleven escrito en la camisola el letrero Big Fish?
No negaré que me sentía contento, bien que desconfiado y con el alma en vilo, viendo que el Real Murcia ganaba por un gol. Pero mi satisfacción mayor era molestar a Gil, cabrear a Gil… De ahí que nunca le perdonaré al equipo que, a lo último, nos empataran. Y no por los efectos deportivos que del empate se deriven –pues peor hubiera sido perder–, sino porque, cuando de nuevo enfocaron a Gil, puso una cara de gusto que me dejó con la moral por el césped.
Otro rostro antológico, por expresivo, era el del míster Toshack, cuando se retiraba al vestuario. Ya, ya sé que va a cobrar una pasta. Pero es que hay cosas que, en fin, ni por todo el oro del mundo… Creo que me explico.
—Sí que se explica, sí.