García Martínez – 9 julio 2004
No vaya el lector diciéndolo por ahí, pero ha de saber que hasta Pedro Borja usa móvil. Tremendo, por mucho que él mismo pretenda que sólo le aprovecha para recibir, en la acepción vieja de recibir (en el saloncito). A lo mejor lo tiene sólo por estética. Y no habla a su través. Que así lo confiesa en el poema que abre su libro monumental: «Estas obras que en el libro vemos: / ¿Un canto? ¡No! / La garganta me duele / y cantar no puedo».
Circula el artista con atuendo…
—¿Pero qué más dará el atuendo?
Sí que da. Importa la obra, desde luego, pero la obra es inseparable del autor. Incluso cuando el autor ya ha muerto. No es este el caso, por fortuna. Pedro Borja gasta (otra vez) recia coleta. Calza gorra (no sé si con anuncio publicitario) y calzón corto. Creo que también le cuelga una mochila. Y lleva debajo del brazo un libro brillante, en la forma y en el fondo, que le ha editado Godoy.
Desde que Borja abandonara de una forma criminal –por el daño que con ello nos hizo– la escultocerámica, no se había vuelto a manchar las manos de barro. Ahora regresa con una colección de esculturas en bronce. No más altas que una botella de litro y medio (la comparación es suya, claro). Son recipientes que contienen algo dentro y que él los abre para mostrarnos judías verdes, lechugas, ajos, cebollas, alcaciles… Como en Verónicas, pero con más orden y más concierto, dentro del desorden y desconcierto que esconde la obra de arte revolucionaria.
—Quizás. Pero, si hay revolución, que la habrá –interviene el propio Borja–, es una revolución sin sangre. Como las de Copérnico y Galileo.
El autor procura con estas obras componer una expresión del amor. Abres la vasija y surgen como dos brazos igualmente abiertos que quieren abrazarte. Hechas, también, por amor, aunque sin correspondencia: «Por cuanto ama (el corazón del artista), aun sin ser amado». Este es un lamento que no responde a la verdad. Al menos sus obras, ya lo creo que lo aman.
Borja ha reaparecido innovando, algo tan difícil a estas alturas. Y sin afán de perennidad, pues él ha escrito que: «Sobrevivir no deben, estos objetos / y habría que arrojarlos / al Olimpo de donde salieron, / invirtiendo el proceso…»
– Indescriptible Borja.