García Martínez – 7 enero 2005
Como tantas modas que nos llegaron de las Américas, la de mascar goma perfumada ha hecho furor entre nosotros. Hasta el punto de que parecemos todos cabras. No por las mamellas, ni por las pezuñas, ni por los cuernos (salvo excepciones), sino por ese masticar inacabable, tan propio del ovino.
-Y del bovino.
También. Lo que parece una tontería, como lo es ir mascando chicle a todas horas y en todo lugar, se ha convertido en un problema. Las calles se han llenado de pequeñas plastas de chicles ya desechados.
-Como después de una procesión.
Sí, pero no. La procesión va dejando un rastro de gotas de cera procedentes de las velas, que son muy fáciles de limpiar. Basta con el roce que les procuran nuestras pisadas. Pero el chicle se pega al asfalto o a la baldosa como una lapa. Y, para quitarlo, dicen las crónicas que hay que gastar seis veces más de lo que vale la mercancía en el quiosco. ¿Seis veces más! En ciudades donde los presupuestos son escasos, el gasto en ese menester supone un grave quebranto.
¿Se le puede prohibir a la población que mastique chicle? Pues no. Más vale chicle entre los dientes que cigarro entre los labios. Porque mucha gente consume chicle para no fumar.
-Ya, pero al final acabas compartiendo chicle y tabaco.
Pero eso es porque el humano, en general, carece de voluntad. Lo que yo veo es que no podemos seguir gastando tanto dinero en quitar los chicles de la vía pública. Una buena fórmula sería que, cuando alguien escupa el chicle, la poli le obligue a recogerlo con la boca. Pero, claro, tampoco puedes poner un policía detrás de cada ciudadano. Eso resultaría aún más caro.
A pesar de que apenas si invertimos un euro en I+D (Investigación más Desarrollo), ya podría la autoridad soltar algo de pasta para que se estudie científicamente qué efecto produce el chicle en el estómago. Si resultare que no hay nocividad ninguna, los masticadores podríamos tragárnoslo, en lugar de tirarlo por ahí.
Por si aprovecha, sépase que yo me lo vengo tragando desde hace años y no me he notado nada. Y lo mismo digo de esos gargajos a los que tan dados somos, todavía, aquí en Murcia.