García Martínez – 17 enero 2005
De siempre se entendió, bien que tácitamente, que el sucesor de Cuevas en la CEOE no sería otro que su segundo -el secretario, vaya- a quien se le conoce como señor Fernández Aguilar.
Pero, claro, las imágenes que nos trae la actualidad muestran como Fernández va envejeciendo a pasos agigantados, mientras que el Cuevas sigue igual. Mantiene el mismo físico de siempre, hasta el extremo de parecer incombustible. Este hombre luce planta de obispo y, si no fuera tan bajito, hasta de cardenal. Los eclesiásticos de alto porte duran, y duran, y duran… Su esperanza de vida es mucho mayor que la del monaguillo. Incluso mayor que la del presbítero.
De modo que, si seguimos en estas, puede darse la catástrofe de que el sucesor (Fernández) se muera antes que aquel a quien tendría que suceder. Las cosas son como son, mire usted lo que le digo. No tenemos sino que reseñar lo que suele suceder con los emperadores del Japón. Como viven tanto, el heredero ve con angustia cómo pasan los años y, nada, que no hay tu tía.
Yo me quiero solidarizar aquí con Fernández porque entiendo su situación. No es que esté deseando el hombre que Cuevas se le muera -¿eso no, por Dios!-, pero, claro, el escalafón está ahí, quieto parao, y no hay forma humana de que corra.
-El tema es grave, ¿verdad usted?
Me creo que sí. Más que nada desde el punto de vista humano, pues todos estamos seguros de que la política de la CEOE no ha de cambiar por mucho que se cambie de jefe. Siempre molestará, con Fulano o con Mengano, que suba automáticamente el salario mínimo interprofesional.
Hay una cualidad que tiene Cuevas y que no se le ve a Fernández por ningún sitio: la voz. Cuando antes me he referido al carácter episcopal & cardenalicio de Cuevas, me he olvidado de la característica que lo hace más eclesial: el tono tonante (o casi) de su verbo, tan adecuado para hablar desde el púlpito. Aunque también hay que decir que, como Fernández nunca dice esta boca es mía, no sabemos muy bien de qué color tiene el discurso.
Otro día hablaremos de los agentes sociales (Fidalgo y Cándido Méndez), que tampoco son mininos.
-Dende luego.