García Martínez – 19 enero 2005
En mi ya larga (y probablemente inútil) vida de cronista de provincias…
-¿Pues sí que está usted bueno! Va a ser verdad eso que dicen los médicos de la mente, cuando aseguran que los españoles estamos perdiendo la autoestima.
A mí me parece que lo que estamos perdiendo -o están perdiendo otros- es la cabeza, pero, bueno, vayamos a lo que íbamos.
Decía que, en mi larga vida y tal, nunca, que yo recuerde, hubo ningún político de aquí de la zona que pidiera perdón a los contribuyentes que somos. Lo usual es que pidan el voto, ya que, con el sistema nuevo -ese al que algunos le ponen coches bomba-, sin voto no van a ninguna parte.
Si acaso la memoria me falla, ruego al perjudicado que me ponga un correo de esos electrónicos. Pero, como soy muy torpe informáticamente hablando, deberá seguir los siguientes pasos. Me manda primero una carta, a través del correo de toda la vida, diciendo que me ha enviado uno electrónico. De esa forma ya puedo acceder al mensaje.
Pues tenía que ser una señora la que rompiera la pésima tradición. He aquí, como se suele decir, que la consejera de Sanidad, Teresa Herranz, nos ha solicitado disculpas por las molestias ocasionadas a la población como consecuencia de la epidemia de gripe.
-Y usted lo ve bien, ¿no?
Lo veo bien.
-Ya, pero lo que hay que hacer es que las cosas funcionen mejor.
¿Coña! No tenemos arreglo, ¿eh? Cuando la autoridad se inhibe y no tiene el detalle de pedir que la dispensemos, nos lamentamos nosotros de esa actitud grosera. Y cuando llega la Herranz y sí que tiene ese detalle -porque aprendió maneras en su familia o en el cole-, la abroncamos por las deficiencias.
A los políticos hay que darles su caña, igual que nos la dan a nosotros nuestros jefes para que el rendimiento sea, si no óptimo, aceptable. Aparte de que a ellos…
-¿A los jefes?
No. A los políticos en general les gusta recibir algún palo que otro. Pero no porque sean masoquistas -salvo las excepciones-, sino porque, de esa forma, salen en los medios.
-Lo de ladran, luego cabalgamos.
Correcto. Manuel de la Fuente elogia la figura de Agustín González. «Listos como linces se curtieron en escenarios lúgubres de la posguerra, le hicieron burla a los censores y recorrieron aquella España de alpargata y camisas azules en el carromato del teatro. (…) De esa raza, de esa extraña especie, fue este cómico de la legua y de la lengua (afilada, afilada), un tipo tan singular que bajo su disfraz de cascarrabias y malas pulgas escondía el papel de esa sabia bohemia que hoy, entre los actores (y los que no son actores) es tan difícil de encontrar. (…) La arcilla con la que moldearon biografías como la de Agustín González ya no se encuentra».