García Martínez – 22 enero 2005
Pues, señor, la que se ha liado con lo tocante al preservativo. Lo peor no es ya el desconcierto que afecta a la grey. Que tengamos que desandar el camino que nos había marcado el portavoz eclesial Camino, traerá consecuencias lo mismo micro que macroeconómicas.
Al decírsenos que, con tal de evitar el sida, la jerarquía, como la llaman, nos autorizaba por fin a servirnos del globito, ¿qué dirás que hizo la gente? Pues ni más ni menos que echarse a las farmacias, como otros se echan al monte, para hacer acopio de condones. Porque, vaya, quien más quien menos temía que a las máquinas expendedoras y a las boticas les volaran en un tris las existencias. Como sí ocurrió.
Las primeras en quedar desabastecidas fueron lógicamente las farmacias de veinticuatro horas. Dicen las crónicas que la policía municipal tuvo que poner orden en las tremendas aglomeraciones que se produjeron. En Rector Lostau, la cola llegaba hasta la Redonda, pasando por Juan XXIII; y en la Ronda de Garay, daba la vuelta al estadio de fútbol y a la plaza de toros.
Hubo además algún incidente, que yo lo tengo por comprensible, cuando algún policía trató de hacer acopio de condones para su uso particular, encargando a los primeros de las colas que les hicieran la gestión. Yo esto no lo critico, pues entiendo que los municipales también son hijos de Dios.
Ignoro si todavía existe en Molina aquella prestigiosa fábrica de condones, de la que tan orgulloso nos sentíamos los murcianos.
-Usted lo que va buscando es que se los manden gratis.
Falso de toda falsedad. La desconfianza del lector me lleva a aclararle que servidor no necesita condón. Bueno, ni condón, ni de na. Porque uno ya es mayor. Y, en fin, que tampoco tengo por qué dar explicaciones de lo íntimo.
Me imaginaba las máquinas de hacer condones -en la industria esta que digo- funcionando a toda pastilla y a los trabajadores del látex haciendo horas extraordinarias.
Para que nos demos una idea de lo que pasó, sépase que incluso hubo reventa. Después de que Camino haya tenido que deshacer el mismo camino andado, la pregunta del millón sería: «¿Nos van a devolver las perras?».