García Martínez – 30 enero 2005
Aquí no se escapan ya ni las víctimas. Como sucede en el teatro cuando se cargan incluso al apuntador.
-¿Y de qué cosa no se escapan, si puede saberse?
Pues de la politización tan fea, por exagerada, que registra el país últimamente. Veo cómo se llaman fascistas los unos a los otros, y los otros a los unos, digo el PP y el PSOE. Y estoy llegando a la conclusión -muy personal, desde luego- de que todos tienen razón. Porque cuando la política no se lleva por los cauces de la tolerancia y el saber hacer, lo que hay debajo es una dictadura.
Hasta el más tonto ve que están perdiendo los papeles. Veamos lo de las víctimas. Tampoco a ellas son ajenas al follón ambiente. Primero se monta una manifestación a su favor, y lo que menos podía pasar llega y pasa. Me perdonará el establishment, por así decirlo, si opino que ninguna falta hacía echarse a la calle. ¿Qué ganan con eso las víctimas? Pues, sencillamente, quedar en entredicho y, por lo mismo, perjudicadas en su imagen como colectivo.
De inicio se organiza el pollo con Bono, a quien se le olvidó por un momento que era ministro y se metió entre la gente como si se tratara de una persona normal. Luego, se pone contra a la pared al comisionado Peces Barba por no asistir al desfile. Después, la presidenta de una de las asociaciones, Pilar Manjón, que lo hizo tan bien cuando compareció en la comisión, resulta que ni siquiera ella acude porque se fue a pasar el fin de semana con unos amigos. Y, por último, el país se entera de que las víctimas de ETA y las del 11-M están peleadas.
Pues vaya un panorama. El virus de la mala política ha hecho acto de presencia y lo ha puesto todo patas arriba.
Es una lástima que, en una democracia que ya es mayorcita, se esté dando un espectáculo de circo. ¿De qué han servido todos estos años? ¿Qué sentir democrático tienen nuestros políticos, cuando no son capaces de someterse a la más mínima ética? A estos tíos -tampoco diré que a todos- les falta categoría a capazos.
Para colmo, desde las tertulias de los medios, se echa más leña al fuego, pues los tertulianos actúan, en general, arrimando el ascua a su sardina, o sea la empresa que les paga cantidades astronómicas por crispar la convivencia.