García Martínez – 6 Febrero 2005
Se conoce que, como no está bien mirado que los eruditos mojen su pluma en los charcos, el profesor García del Toro me remite unas consideraciones acerca de nuestro pijo -el de todos- y sus orígenes. Pretende así el profesor que me divierta un rato, aprovechando «estos días de Carnaval». Pero he aquí que, después de tantos años, yo no sé divertirme solo, sino que necesito que participe el lector.
-Gracias, hombre.
Lo que se me explica es que, «en casi todas las casas de la antigua y fatalmente pasada por la barbacoa Pompeya, existían falos de bronce, de cerámica e incluso de oro, que resguardaban de la pobreza y de los malos espíritus». Y se me añade que en una de las viviendas había un enorme falo de piedra…
-¿Ave María Purísima!
Oiga, si se me escandalizan no sigo.
-Es que, como dice usted enorme y, encima, de piedra, pues me da cosa.
Tranquila, señora, que esto es cultura. Debajito del falo, con perdón, se podía leer «Hic habitat felícitas», o sea «Aquí habita la felicidad».
Vamos bien. Ahora viene el busilis de la cuestión, como le gustaba decir al obispo Sanahuja. Las cosa es que, en aquel tiempo, el falo estaba siempre por medio. En las fiestas y tal. Lo mismo da decir falo que pene o pículus. Pues, bien, de pículus se pasa a pijo, que se constituye así en cultismo.
-¿Y eso?
Atendamos al profesor. «Pijo viene de pículus, porque el grupo consonántico se transforma en jota en castellano, igual que de cunículus sale conejo. Por cierto que leja no viene del árabe, sino que deriva de lúculus».
-Está bien traído.
O sea que lo de pijo no es invento reciente, sino que viene de lo remoto.
Por si el curioso lector quisiera más información -y mucho más directa- acerca del pijo, el profesor García del Toro nos hace saber que, en Cieza mismo, en el Abrigo de Los Grajos, hay unas pinturas rupestres en las que se representa una danza fálica. Vemos cómo bailan diversas mujeres, unas con la falda hasta la rodilla y otras con la falda hasta los tobillos, y entre ellas danza un varón con el falo erecto.
-¿Huy! ¿Quite, quite usted! Haga el favor de no seguir.
Bueno, lo dicho.