García Martínez – 8 Febrero 2005
Me digo: «Se conoce que yo no soy de este mundo». Y lo dejo ahí. Pero no. Si uno es, más o menos, como los demás, tal que casi todos los hombres que el orbe habitan, la conclusión ha de ser otra. A saber, que son ellos, los otros (bien que los menos), la excepción -gente a sueldo de la política-, quienes pertenecen a otro mundo. Por cierto lamentable.
Una vez más me quedé de piedra. (A este paso acabaremos en estatuas). En un mitin de estos para pregonar Europa, el señor Zapatero dijo que el PP hace campaña a favor de la Constitución europea «con la boca pequeña».
-No me lo puedo creer- me responderá el socialista Saura, que es persona ponderada.
Pues créaselo, que bien que aparece también en los papeles. Yo le aseguro que lo escuché en la tele con estas mismas orejas que se ha de comer la tierra. Uno se pregunta: ¿Qué persigue el caballero dándole a entender a la ciudadanía que al PP le gusta, pero poco, la dicha Constitución?
Por una vez, ambas formaciones, como las llaman, acuerdan hacer piña frente al Plan Ibarreche (para decirle no) y frente a la Constitución (para decirle sí).
Esa como unión temporal me creo yo que ha sido bien acogida por el pueblo. Estamos todos tan hartos de ver cómo se pelean sin venir a cuento, que el no o el sí compartido nos hace suponer que todavía pueden la cosas encarrilarse por la vía del sentido común.
Pero ¿quiá! A las primeras de cambio, estos payos te traicionan. Los del PP diciendo que Zapatero poco menos que se ha echado en manos de Ibarreche, dejándole a Rubalcaba el papel de malo de la película. (Por eso empleó el de la barba de la misma maldad, por decirlo así, que empleó en su parlamento Rajoy).
Y después viene Zapatero a reprochar a los del PP que, en fondo, no les gusta tener que votar afirmativamente la Constitución.
El caso es que haya discordia, rifirrafe, confusión entre las militancias y entre los neutrales. Formar un bloque meramente opinativo en un momento dado, eso es malo. Pelearse y, como consecuencia de la pelea, perjudicarse los primeros ellos mismos, eso es bueno.
Y luego llegan los obispos a ponerle picante al guisao. ¿Viva España!