García Martínez – 10 Febrero 2005

Tengo que aceptar que este mundo de ahora mismo me desconcierta a veces. Y no por viejo, pues sólo lo soy de apariencia. Por dentro, uno todavía se siente más niño que cuando era niño. Se debe eso a que, con el discurrir de los años, lo poco o lo mucho que intuí de crío, al contrastarlo con la puta realidad, se me ha ido esfumando. Por lo tanto, teniendo como tengo la mente en blanco, debería estar en las mejores condiciones para asimilar lo nuevo que nos traen los tiempos.
Sin embargo, ciertas cosas me producen estupor. Me desconciertan y no consigo entenderlas, para qué le voy a decir a usted otra cosa. Y entonces me quedo fuera de juego. Todo este rollo no es en vano, sino que aprovecha para situar al lector.
Hablo de los submarinos. Más concretamente, de los submarinos nucleares. No entraré, que en eso ya entraron otros, en si deben o no llevarlos a Gibraltar para que los reparen. Eso es baladí, en comparación con lo que a mí me aturde. Me supongo yo que, si aparcan el sumergible en este u otro puerto, será porque no llevan caja de herramientas en su interior. Lo cual demuestra una falta de previsión imperdonable por parte del capitán de la nave.
Hoy en día, incluso en los hogares en los que el padre de familia es incapaz de colgar un cuadro, como en mi caso, se guarda una caja que contiene un conjunto de herramientas. Hay martillo, hay llaves para tuercas de mayor y menor diámetro, hay hasta una perforadora eléctrica, con brocas de diversa índole, según vaya a ser al agujero. En fin, lo propio de una caja de herramientas. Veo inconcebible que eso mismo no lo lleve un submarino. Y más aún si es nuclear. En el caso de un submarino inglés, el fallo es aún más escandaloso, pues ni siquiera han caído en dotarse de una llave tan de ellos como es la llave inglesa.
Acepto que un submarino nuclear conlleva unos gastos tremendos. Pero lo que digo pueden resolverlo fácilmente, acudiendo a los bancos y cajas de ahorro. No para que les den un crédito, sino para obtener allí la caja de herramientas, a cambio de un determinado número de puntos. Lo que me sospecho es que, en lugar de la caja de herramientas, los marineros prefieren llevarse la cafetera. Y pasa lo que pasa.