García Martínez – 13 Febrero 2005
Están hablando todos los días, dale que te pego, sobre si votamos sí, o votamos no, o votamos nada, tocante a la Constitución europea.
-Normal, ¿no? Si estamos en campaña…
No, si no digo nada. O, por lo menos, nada en contrario. Pero convendría dejar bien sentado -para que no nos engañemos a nosotros mismos- que lo que es leerla, me sospecho sólo la han leído cuatro gatos.
Pero, en fin, a mí me parece que no se le puede echar eso en cara al personal. Lo primero es que el personal anda a lo suyo, como es natural y, sobre todo, necesario. Y no tiene tiempo, ni costumbre, ni ganas de ponerse a leer. Si ya una novela cuesta trabajo -estando como están la radio y la tele-, tú me contarás cuando toque meterle mano a un texto cuya prosa te tira para atrás.
La tal Constitución es larguísima -un libro, coña- y, si no tienes hábito, resulta imposible no ya digerirla, sino tragártela. Esa es la pura realidad a la que nadie alude, porque somos hipócritas.
Ignoro si hubiera sido oportuno divulgar un resumen, digo objetivo, al que ya tendría acceso una parte notable de la ciudadanía. (Aunque no sé si una cosa así puede legalmente hacerse).
Pero quizás no sea eso -leerla o no leerla- tan grave como piensan algunos especialistas. Hoy en día, los españoles tenemos una Constitución aprobada y en vigor. Y damos gracias al Cielo porque así sea, tras tantos años de convivencia convulsa. Es mucho más sencillita que la europea. Y, sin embargo, ¿cuántos españoles nos la hemos leído? Habrá que reconocer que los menos, si queremos ser mínimamente sinceros. Y ahí la tenemos, vivita y coleando, aunque hubiera que modificarla en algo, como consecuencia del envejecimiento.
Cuando en su día se aprobó, creo yo que el español medio lo hizo porque intuía que, aceptándola, íbamos a vivir en paz, concordia y progreso. Y no la leyó entonces, ni la ha leído después.
Entonces, ¿qué? Pues verá usted: en esta ocasión, lo que se intuye es que, a grosso modo, a bulto, aceptarla supone integrarse un poco más en el proyecto europeo. Dando por sentado que el proyecto europeo, con sus ventajas y defectos, viene a ser lo que ahora toca, como antes tocó lo otro. La erudición, quieras que no, va por sus propios carriles.