García Martínez – 21 Febrero 2005
Si quiere el lector que le diga la verdad -que, oye, a lo mejor no quiere- a mí los perros, no es que digamos que digamos, pero tampoco digamos que no digamos. No es que no les tenga simpatía. ¿Joder! Se le tiene a un ser humano, ¿no se la vas a tener a un perrico? Los que me creo es que son ellos los que no quieren nada conmigo.
¿Por qué lo digo? Pues lo digo porque no me suelen hacer zalemas y sí que se las hacen a quienes conmigo van. Se conoce que cuando ven esa mala follá que desvela mi rostro -una cosa que es del natural de uno, claro- se sienten inclinados a ignorarme. Bien es verdad que tampoco me muerden. Se trata de indiferencia, lo que si cabe es más dolorosa, aunque a mí no me molesta.
-Oiga. ¿Querrá usted creer que todo eso que está diciendo me trae absolutamente sin cuidado?
Ya me lo supongo. Pero, bueno, de algo hay que hablar, ¿no? ¿Es que vamos a seguir todos los días a vueltas con la torre Windsor? Que si la tiran empezando por arriba, que si la tiran empezando por abajo. Pues, mire usted, que la tiren de una vez y santas pascuas.
Volviendo al o de los perros, se me olvidaba comentar un cierto trauma mío, que quizás justifique esa falta de empatía. Y es que, siendo chiquillo, cuando le tiraba lejos un palo para que lo recogiese, el perro de turno no me hacía el menor caso. Sin embargo, a mis compañeros sí que les seguía el juego y les devolvía el palo meneando el rabo.
Mas, como no se trata de hablar de mí, sino del común, vayamos al problema. No es otro que el de la vergüenza, apuro o corte que puedan sentir los dueños de perros, cuando tienen que salir a la calle con la bolsita y el clínex. Aquella, para guardar la caca del semoviente, el cual tiende a dejarla caer junto a un bonito rododendro. Y este, para limpiarles convenientemente el culito.
Algunas escuelas -por supuesto filosóficas- sostienen que con recoger la caca ya es suficiente. Pero no. De lo que se trata es de la felicidad del animal. Y el animal no se sentirá feliz en tanto no se le quede el culito como una rosa.
Si se le tiene verdadero amor al perro, a nadie debería importarle llevar a cabo estas faenas. Aun cuando sea en mitad de la calle y te esté viendo todo el mundo. Lo que está bien no sonroja y el alma sólo es de Dios, que dijo el clásico.