García Martínez – 24 Febrero 2005
He dejado pasar unos días. Porque, hombre, los sucesos en los que uno se implica sentimentalmente te trastornan por su carga emotiva. Hoy ya le hago mi confidencia al lector.
Los animales son más sentidos que las personas. Entre los seres humanos, para que algo humano nos conmueva, ha de ser un algo verdaderamente extremado. Y, además, que nos lo muestren en la tele con mucho aderezo para que nos procure un sentir.
Hablo de la catástrofe del Sureste Asiático y hechos parecidos que a nadie, por borde que sea, dejan indiferente. También nos arruga el ánimo aquello que ocurre muy cerca de nosotros, en nuestra propia cotidianeidad.
-¿Vaya un rollo que se está usted marcando!
Déjeme que complete el exordio. Afirmo que, si el maremoto afecta sólo a dos o tres personas, ni nos enteramos. Y si nos enteramos, no le damos valor.
Los animales son más sensibles. Tenemos el caso de esas dos cabras de la Etiopía, que se las ha comido el burro con el que, al parecer, convivían. La relación cabra-burro siempre fue discreta. El burro está a su faena y la cabra a la suya. No se interfieren. Hasta que un burro se zampa dos cabras y, aunque sea tan lejos, a mi cabra le da un síncope. No porque a ella le pueda pasar lo mismo viviendo conmigo, sino porque, como sostengo, los animales son más receptivos a la desgracia ajena.
El burro es cuestión no es que fuera malo. Simplemente, que le entró «un ataque de nervios», según dicen los periódicos. Sea por la hipoteca, que lo llevaba de culo, sea por amores contrariados, sea por lo de Zapatero con Bush, qué sé yo. Al animal se le fue la olla y ¿hala!, allá que se marchan las cabricas a balar eternamente en el rebaño celestial.
No vea el lector -o véalo, si quiere- la apatía enfermiza en que ha caído mi cabra tras leer la noticia etíope. Muéstrase alelada y corriéndole lágrimas por donde antes corría la leche. A mí me tiene emocionado, pues me digo: «Si por dos putas cabras de la Etiopía se pone así, ¿qué será cuándo me muera yo?». Es un animal increíble, de tan bueno.
Hágame caso el lector y ponga una cabra a su mesa.
-¿Y un burro?
¿Un burro, no, coño!