García Martínez – 17 marzo 2005
La película «Mar adentro» -vilipendiada por unos, ensalzada por otros, oscarizada por la Academia- ha puesto sobre la mesa, una vez más, el tema tan controvertido de la eutanasia. No se aprecian en las discusiones sobre el particular medias tintas, ni términos medios, sino que las posturas son extremadas. Por eso levanta tanta polvareda la polémica.
Quizás el acaloramiento se deba, más que a principios morales -que pueden cambiar de color según el tiempo y lugar en que se plantean-, a que hablamos de eso tan tremendo que es el morir.
La eutanasia y sus variantes vienen siendo estudiadas desde hace tiempo y desde todas las ópticas. Lo malo es que, al tratarse de enfermos terminales, no siempre es posible preguntarles a ellos mismos. Cosa distinta es que, estando todavía uno en vida consciente, deje escrito lo que desea que, llegado el caso, hagan otros con él.
Pero no hablo de administrar algún veneno que vaya a matar en corto y por derecho, con perdón por el símil. Aludo a esos enfermos a los que, estando en una fase terminal, se les aplican sedantes para mitigar sus tremendos dolores.
Esta es una práctica absolutamente caritativa, que tiene lugar -según se sabe- en todos los hospitales españoles. ¿Qué es preferible: que el paciente no sufra pero, como consecuencia de la sedación, muera unas horas antes, o que viva unas pocas horas más -las últimas de una existencia que ya se apaga-, soportando un sufrimiento atroz?
Escribo esto a sabiendas de que las opiniones están encontradas y teñidas por el apasionamiento. Pienso lo que digo desde mi situación de no científico y de no moralista, sino de hombre de la calle que -aun equivocándose- tiene derecho a que le den respuestas.
Ahora mismo, para ese mismo hombre de la calle, esto del cómo morirse está muy confuso y desordenado. Hace unos días, un médico de Leganés fue acusado de practicar la eutanasia, por dar a los enfermos (se supone que terminales) fármacos que aliviaran su dolor y los tranquilizasen. Uno, en su no saber, se pregunta cuándo un medicamento contra el dolor causa la muerte inmediata.Y qué opción es la óptima.
La cuestión debería salir ya de una vez del ámbito de los eruditos y ponerla en el conocimiento de las mayorías.