García Martínez – 10 abril 2005
Seguro que se trata de una casualidad, pero los hechos son los hechos. Por arriba, por abajo, por delante y por detrás me están llegando correos que reflejan una cierta inquietud aragonesa. El tema de fondo, como siempre, el agua.
Tomo lo que sigue del último comunicado que aparece en la pantalla del chisme: «Esta tarde, durante nuestro paseo vespertino para combatir mi artrosis de cadera, hemos pasado por delante de las ruinas de la Puerta del Carmen. El símbolo de los heroicos combates aragoneses contra la invasión francesa, aparecía cubierto de sacos terreros, como si se aprestasen a una nueva defensa. Veíamos también circular, apresurados, a grupos de aragoneses que habían desempolvado zorongos y trabucos, y musitaban en voz baja: «No puede ser, no puede ser». Muy extrañados, pues algo grave debía de pasar, hemos inquirido cuál era la razón de tan extraños comportamientos».
Pues, nada, la razón no era otra que el nombramiento, hace un tiempo, de un obispo murciano para Teruel. Lo que se agrava con la novedad recentísima de que monseñor Ureña pasa a ocupar la titularidad del arzobispado de Zaragoza. Los aragoneses han caído en la cuenta de que, si a lo primero turolense se añade lo segundo zaragozano, ya sólo nos falta a los de Murcia mandarles un monseñor para Huesca.
Esto que procura recelos a los de Aragón ¿ha de ser motivo de alegría para los de aquí de Murcia? Uno es escéptico, pues clérigos y militares se manejan divinamente en la cosa del tornamiento. Quiero decir que, si hoy son más murcianos que Salzillo, mañana pueden ejercer de más aragoneses que Agustina. Y eso es porque ellos siempre actúan según lo que más conviene a las almas en cada momento y lugar.
-¿Y si actuaran, tanto el de Teruel como el de Zaragoza, de forma sutil?
Hombre. Tampoco es ajeno el clero la maña de la sutilidad, mas permítame el lector que no dé vuelos a ninguna clase de entusiasmos.
Lo cual no quita para que, personalmente, viera con agrado que hubiese tres monseñores con marchamo murciano en Aragón, y que a Murcia nos trajeran un obispo maño. En tal caso, ya cabría esperar algo de la llamada comunicación cristiana de bienes.