García Martínez – 11 abril 2005
Se veía venir. El caso es que, al principio, daba la impresión de que sacarnos a relucir el Tajo era sólo para que nos olvidásemos cuanto antes del Ebro.
Pero, joder, está claro que aquí no se le puede confiar a nadie la caja de los truenos. En cuanto que la tienen en sus manos empiezan a tronar. De tal forma que parece que no hubiera pasado medio siglo desde que las fuerzas vivas de Murcia andábamos a trancas y barrancas con el todavía inexistente trasvase del Tajo. A mí, con perdón, me agraciaron con un premio nacional por dar tanto el follón. Lo mismo me exigen ahora que devuelva las perras.
Todos los días tenemos al Tajo, tal que antaño, en los que se llaman medios. Igual que antaño. Con la diferencia, a nuestra contra, de que entonces Castilla-La Mancha no estaba tan poblada de periódicos y emisoras. Hoy en día, al tiempo que aquí repicamos pidiendo, allí tenemos a otros del mismo gremio que repican negando. Lo cual crea opinión, como se suele decir, entre los ciudadanos. Los cuales ciudadanos -¡atié, qué leche!- tendrán que dar sus votos a quienes más griten. Con razón o sin ella.
Y lo malo es que, retomar ahora la cosa del Ebro, qué quiere que le diga. No es ya el momento. Algunos opinan que ese momento llegará. ¿Quiénes lo verán? Pues, con suerte, los nietecicos.
Fuese o no por estrategia, hicieron muy mal los de la Corte, poniendo de actualidad el trasvase del Tajo. Ninguna necesidad había de ello. Esa obra tiene una ley, que se viene cumpliendo desde hace muchos años, dando agua a los de Murcia y una buena pasta a los manchegos. Pero, claro, cuando entran en liza los intereses pseudo políticos, todo se llena de fango. Digo pseudos porque estos debates vienen marcados por el interés partidista, al que se someten los tirios y los troyanos.
Da igual que se llame o no Barreda el presidente de Castilla-La Mancha. A partir de ahora, todos los que lleguen levantarán la bandera antitrasvase.
-¿Y acaso desde Murcia no se hace política?
Claro que se hace, pero con un matiz, como es que tanto la necesidad de agua aquí como los sobrantes de allí son evidentes. Esa es una realidad que, por mucho que quiera, no puede disfrazarla el mitinero de turno.