García Martínez – 12 abril 2005
Tras el entierro de Juan Pablo II, la actividad vaticana entra en una fase menos emotiva. Hasta el punto de que algunos la llamarían quinielística. Ahora se trata de saber quién será el Papa nuevo. Aquí caben cábalas y suposiciones. Incluso apuestas. Porque -mirado desde la perspectiva de la Iglesia- el nombramiento de un Papa tiene mucho de aleluya.
Digo esto para que nadie piense que, jugando a saber quién será el que venga a San Pedro, se cae en irreverencia. Forma parte del ser humano querer adelantarse, con la imaginación, a lo que ha de suceder. En el ámbito del fútbol, a este juego se le llama porra. Reúne dos cualidades: adivinación y apuesta.
En el caso del Papa, la porra casi no cabe -aunque algún extremado la practique-, pues no conocemos lo bastante a los candidatos. Yo sólo me sé el nombre de algún extranjero afamado, pocos, y de no todos los españoles.
Si se me apura, podría hacerse una porra acerca de si el Papa será español o de otro sitio, italiano o no italiano, blanco o negro. Pero esa siempre será una porra algo tosca. La fina correspondería a los vaticanistas.
¿Será italiano? Pues, mire usted, considerando que Juan Pablo II era polaco, las posibilidades de que gane Italia, por así decirlo, son ahora mayores.
¿Blanco o negro? Quizás no estemos todavía en tiempos de que la designación recaiga en un cardenal de otra raza. El caso es que me creo yo que al pueblo le gustaría, pero quienes pueden decidir no me parece a mí -sólo es una impresión- que estén por la labor.
¿Cabe pensar en un Papa español? No sería novedad, pues varios de aquí ya se han calzado la tiara papal. Pero me temo que los tiros no van por ese lado. Esto lo digo como una mera intuición.
Un Papa apuesto y sereno de alguna majestad, que vestiría muy bien el cargo, es el cardenal Amigo. Dicen que tiene una buena cabeza. Y tocante a la humildad, aunque solemne, de la que ha de hacer gala un Papa, su condición de franciscano así lo presupone. Además, conoce Sevilla.
-¿Y eso qué tiene que ver?
No lo sé exactamente. Pero conocer Sevilla siempre es un mérito que conviene valorar. En fin, ya sólo faltan días para ponerle paja seca a la estufa y ver qué hay detrás del humo blanco.