García Martínez – 17 abril 2005
A las gentes de Zarcilla de Ramos y La Paca todavía no se les ha quitado el susto de encima. Y es natural. Cuando algo malo sucede, lo normal es que, igual que tiene un comienzo, tenga un fin. Y, desde luego, un fin definitivo. Pero, claro, si después de soportar un terremoto gordo, los vecinos padecen en días sucesivos ni más ni menos que 460 réplicas, ¿cómo podrá nadie no ponerse de los nervios?
Estas réplicas que digo vienen a ser, en realidad, terremotitos intermitentes, que ya no causan destrozos, pero sí pánicos. Y por mucho que a uno le hablen de su insignificancia, no resulta fácil entrar en razón.
El director de la Red Sísmica Nacional nos hace saber que «es bueno que haya pequeños terremotos, porque así el terreno libera energía». De ahí se deduce (y así lo reconoce el experto) que, con la energía liberada, ya no se producirá uno de los gordos. Con eso se nos viene a sugerir que, cada vez que se produzca un terremotito, lo razonable sería que nos pusiéramos a cantar y bailar.
Pero, coña, qué difícil resulta eso. Siempre sería un cantar y bailar un tanto falso, querido pero no sentido, un engaño a nosotros mismos y a quienes nos contemplan.
Lo tremendo de esto es que, cuando empieza a menearse el terreno, aunque sea poquico -como si circulase una apisonadora, no más-, unos cerros se te van y otros se te vienen. Pues, por muy réplica que sea, ¿quién te dice cuánto ha de durar y con qué fuerza? Aparte de que, tocante a réplicas, las habrá, como sucede en las Cortes, más gordas y menos gordas, más airadas y menos airadas. De forma que, por mucho que tú te esfuerces en mantener la tranquilidad, lo cierto es que los calcetines se te bajan solos, por el peso de los excrementos.
Pero, oiga, hay que seguir viviendo. No te puedes pasar todo el día esperando a ver. Así es la vida. A fin de cuentas, a los granadinos y a los murcianos -que somos los más propensos de España- nos han parido en una zona sísmica. Eso significa que tenemos unos cimientos no muy seguros, que los estratos, como los llaman, no están bien estratificados.
A lo mejor, cuando Dios hizo el mundo, se encontró con que, en llegando a Granada y Murcia, le quedaba ya poco cemento. Y, como consecuencia, la masa llevaba más arena que otra cosa.