García Martínez – 6 mayo 2005
Vamos a decirlo claramente desde el principio del relato. Tampoco hay por qué darle suspense a una cosa que no lo merece. Así es que lo digo: María Teresa (entiéndase Fernández de la Vega) está tomando en los últimos tiempos demasiado copero.
Suele suceder. Y no sólo en política. Por ejemplo: lo que empieza como un simple rasguño puede obligar, finalmente, a cortar la pierna. O un mero grano de nada se te convierte en melón y entonces hay que operar. Creo que me entiende el lector.
Ni que decir tiene que, por lo que opine servidor, María Teresa no va a sufrir. Por eso me atrevo a hablar de todos ellos con tanta tranquilidad de conciencia. Sé que mis pareceres no se toman en consideración. Por lo que a mí toca, viene a ser como si yo no existiera en absoluto. De ahí que pueda expresarme con tanta libertad. En mi calidad de hombre de la calle tan corriente como moliente, puedo exponer aquí las que tenga por verdades verdaderas.
Nadie interpretará que, con mis palabras de ahora mismo, pretendo cargarme a María Teresa. Ella está por fin ahí, después de toda una eternidad queriendo estar, como le sucede a todos. Y no va a tomar en cuenta las observaciones de un pobre periodista provinciano. Y, encima, hijo de provincia puteada, como es la nuestra.
Total que, al principio, pareció que la dama (sin el niño) iba a ser nada más que un mero apéndice -en el buen sentido- de Zapatero. Como hay que poner mujeres, pues venga, vale. Pero esta no ha salido tan baladí como las otras que figuran en el Gobierno. La de Vivienda y tal. Esta ha salido respondona y, encima, parece lista. Si acaso la nombraron sólo para criada de servir -bien que a grandes causas-, ella ejerce ya de ama de llaves. Y con un par muy bien puesto, como aquellas amas de llaves de las películas en blanco y negro.
-Hasta puede que la hagan lehendakaritxa de Zapatero.
No se me confunda el lector. La lehendakaritxa no es la mujer del lehendakari. Pero, vamos, hoy por hoy, ya parece que fuera más señora del Presidente que la propia Sonsoles. Con esos vestidazos que anda luciendo. Y esa su manera tan solemne de caminar. Y ese mirarnos desde arriba.
-¿Pues, coña, lehendakaritxa!