García Martínez – 28 mayo 2005
A ver si hubiera o hubiese algún Gobierno (de la nación española, digo) que finalmente le echara al asunto lo que hay que echarle. Que cogiese por los cuernos el penosísimo suceso de la subida abusiva de precios… desde que el euro se instaló entre nosotros, amén.
Aunque me temo que eso no va a ser posible, pues ha pasado el tiempo y ni Aznar, en su momento, ni Zapatero en el suyo, han tenido lo que hay que tener. No fueron capaces, por decirlo con cierta brusquedad, de ponerlos encima de la mesa.
-Se refiere usted a la mesa del Consejo de Ministros.
Me refiero a cualquier mesa, sobre todo a la del comedor, que es la que más sufre.
Todo el mundo que pasea nuestras calles tiene por realidad evidente que esa subida descomunal es consecuencia directa de la llegada de la moneda europea. Que un euro cueste ciento sesenta y pico pesetas ha hecho que se genere en nuestra mente una confusión, una como incapacidad para saber qué cuestan verdaderamente las cosas que nos venden.
En el mejor de los casos, los consumidores hemos asimilado el euro al antiguo duro. Así es que, cuando nos piden cinco euros por algo, nos engañamos creyendo que se trata de cinco duros. Y no es eso. Cinco euros no son veinticinco pesetas, sino más de ochocientas.
Nuestra doméstica ofuscación monetaria ha hecho que haya desaparecido prácticamente la tradicional propina. Al principio mandábamos al bote la que parecía calderilla. Hasta que caímos en la cuenta de que, en euros, esa chatarra equivale a un dineral en pesetas.
Los gobiernos de cualquier color se han hecho los tontos. Los longuis, como se decía antaño. Porque, si tuvieran que reconocer lo que estoy denunciando, se verían obligados a tomar medidas muy drásticas, de lo que no son capaces.
Nos topamos ahora con que las familias -sobre todo en regiones como la nuestra- gastan al año más de lo que ingresan. Y no sólo por la hipoteca del piso, sino porque la tienda se ha puesto que no hay quien vaya.
La situación no puede ser más peligrosa. Pero ellos -los que mandan y los que se oponen- están más interesados en hablar del sexo de los ángeles.