García Martínez – 12 junio 2005
Aun cuando estemos, como lo estamos, de puente, el ingeniero Juan Guillamón no han dudado ni un momento a la hora de enviarme un correo denunciador, como suelen ser los suyos.
-Este don Juan que dice es de armas tomar. Seguro que le habla del agua.
Como no podía ser de otra manera. Pero no del agua de aquí, sino del agua de las Islas Canarias.
El ingeniero Guillamón ha querido darle solemnidad y riqueza a esta su denuncia -yo la llamaría observación- de dos maneras. Una, llamándome de usted, con el fin de que no se me ocurra tomarme la comunicación a cachondeo. Y otra, emitiéndome cuatro fotogramas -«Agua Fina de Mesa. Roque Nublo»- que dan todavía más fuerza a sus argumentos.
El ingeniero ha pasado unos días en Las Palmas, por motivos particulares (él sabrá). Y me anuncia que, allí, la imagen más frecuente en sus calles es la que componen los vehículos que reparten agua mineral. Como todo el mundo sabe, las Afortunadas no lo son en materia de agua. Digo de la potable, porque del mar tienen la tira. Y, precisamente por esas dos circunstancias, beben -siquiera oficialmente- agua desalinizada, como la que vende aquí en Murcia nuestro amigo Fuentes Zorita.
-Pregunto si no habrá influido en su nombramiento como jefe de la Confederación Hidrográfica del Segura el hecho de llamarse Fuentes.
Hasta ahí no llego, pero puede el lector preguntárselo a él mismo, pues se trata de persona muy campechana. Volviendo al ingeniero, resulta que ha hecho una encuesta -asistido por los médicos murcianos Ripoll y Gómez Fayrén- entre canarios de diversa índole y condición, con el resultado de que todos (con un error de entre +1 y -1) beben agua mineral. De tal manera que la que desalinizan vuelve al mar para salinizarse nuevamente.
-De esa forma no se rompe el equilibrio ecológico.
Esta es la cosa. Lo cual lo lleva -al ingeniero- a concluir que no debería el cronista aceptar la invitación de Zorita para hacer una cata ciega de agua (donde se incluye, claro, la desalinizada). Lo veo bien pero, desgraciadamente, llega tarde, pues uno se ha comprometido ya verbalmente a la tremenda cata.
Y mi palabra es la ley.