García Martínez – 27 junio 2005
Cada época, dijo el sabio, trae su afán. También, placeres nuevos. Los zagales ya no se divierten jugando a las canicas. Ni lanzando el zompo. Las zagalas ya no le dan a la coroneja. Otros asuetos más modernos acaparan su atención.
Entre los que llamaremos placeres propiamente contemporáneos, acabo de descubrir uno que me tiene subyugado. O alucinado, como se lleva ahora. Lo contaré, pues para eso estamos.
Como soy tan antiguo en la Redacción, el ordenador que me tienen asignado es el más viejo de todos. A mí no me parece mal, pues le he tomado cariño. Ya sé que está incluso algo roñoso, pero nada en el mundo me llevaría a cambiarlo por otro más reciente. Con este chisme pasa lo mismo que con la novia, que al principio te da reparo, porque no la conoces de nada, pero termina queriéndola. Lo mismo que digo lo dicho, también diré que, a veces, echo de menos un poquico de modernidad. Por ejemplo, en el caso del ratón.
De cuando en cuando, mi ratón amanece remolón, por no decir gandul. No se mueve con la agilidad que debiera. Y eso es porque se hace encima. Como todos los ratones, por otra parte. Cuando eso ocurre, llamo a los compañeros de mantenimiento, que vienen en tropel y me lo limpian, creo que con gasolina. Tengo que reconocer que, con esa operación, el ratón vuelve a lo suyo y ya la flechita circula por la pantalla con un desparpajo muy de agradecer.
La última vez que se me atascó el instrumento, vino el mantenedor. Pero, en esta ocasión, en lugar de pasarle el trapo a la bola, se presentó con un ratoncico nuevo. Al principio me mostré reacio, por el afecto que, como dije, le tengo a esta mi maquinita electrónica. Y me instó: «Prueba y verás». Total, que probé y -¿Santo Dios, Santo Fuerte y Santo Inmortal!- me quedé estupefacto.
El nuevo ratón se comportaba (y se comporta) como un fuera de serie. Como el viejo ese japonés que ha batido el récord de los cien metros lisos. ¿Qué maravilla, qué desenvoltura, qué rapidez! Es que se me sale de la pantalla.
Desde que me han sustituido el ratón, vivo bajo los efectos de un orgasmo electrónico. ¿Cuánta felicidad por algo tan simple! Si vieras cómo corre el animalico.
Por eso comentaba al principio que cada época nos trae placeres inéditos.