García Martínez – 30 junio 2005
Tres mártires hay en la Asamblea Regional que relucen más que el sol: Celdrán, en el centro, más Navarro y Maeso en los flancos. El que reluzcan tanto se debe a que, mientras habla el tribuno en su tribuna, la tele nos los enseña durante largos minutos.
El martirio que estos tres padecen incide sobre ellos en todas las sesiones plenarias del año. Pero es ahora, con motivo del debate sobre el Estado de la Región -felizmente clausurado-, cuando soportan las palizas discursivas más intensas y cuando, por lo mismo, merecen público reconocimiento.
-E incluso lastimica.
Desde luego. El efecto que producen sobre ellos tres los parlamentos de los parlamentarios, viene reflejado en sus caras respectivas. Por lo que toca a Celdrán, parece como si estuviera ya en el otro mundo, viendo pasar por la calle celestial angelitos y más angelitos. O sea, una hartera de angelitos y, por ende, un aburrimiento supino.
Tocante a Navarro, la mueca de máscara de tragedia griega -en él habitual- se le empondera peligrosamente , hasta el punto de que se le convierte en una o de la que se deriva un pasmado «¿oh!», que viene dado por el efecto del susto que le provoca su propio tedio, creo que me explico.
-Mucho no se explica, pues este suyo más parece un discurso de esos tan enrevesados que largan en el hemiciclo esos políticos a los que pretende censurar.
Vale. Como quiera el lector, que es quien manda.
Y ya el caso de Maeso es particular.
-Como el patio de su casa.
De la casa, ¿de quién?
-Hombre, pues de la de la casa de Maeso.
Efestivamente. Lo digo porque Maeso no gasta mueca, ni rictus ninguno. Presenta un rostro tirando a cuadrado y da la impresión cierta de ser un hombre muy parsimonioso. Que ya le puedes echar rollos encima, vaya. De forma que pone los labios como en plan morrito, pero tampoco morrito exagerado. Eso hace que se le note menos que a los otros dos colegas el sufrimiento que, sin duda, va por dentro.
Se trata, en fin, de un curioso espectáculo de paciencia martirizada. Protomártires son del parlamentarismo y convendría elevarlos al santoral de nuestra Madre Iglesia, amén