García Martínez – 02 julio 2005
Que le pase a alguien lo que le ha pasado a Trillo, no deja de ser penoso. Aunque no lo tengas tratado. Ya sé que lo del Yak, como lo llaman, fue muy gordo. A mí me dan pena todos: las víctimas y hasta el propio Trillo. Unas más que otro, desde luego.
Estos son los gajes que trae el oficio. A Trillo lo han puesto a parir incluso institucionalmente, algo que no ocurre todos los días. Se comprende que esté deprimido, si lo estuviere, que supongo que sí. Pero no me ha gustado nada su actitud última. Digo echar las culpas de los fallos en aquel viaje trágico a los militares. No porque no la tengan, que yo no lo sé. Pero, claro, el ministro del ramo es el ministro de ramo. La cúspide del Ministerio. Y, por lo tanto, la responsabilidad es suya. Es lo que tiene el cargo. Que hay que estar a las duras y a las maduras. Y mantener el tipo. Aunque debo admitir que fue una desvergüenza colar a los manifestantes hasta las mismas puertas de su despacho en el Congreso. Eso ya es mala leche partidista.
Los políticos deberían tener presente que, cuando se meten en harina, hay que afrontar las consecuencias. No es igual hacer michirones para los periodistas, que tener uno a su cargo la administración de las Fuerzas Armadas. Si el michirón te sale duro, no pasa nada. Nadie está libre. Pero lo otro son palabras mayores.
Ignoro el justo grado de culpa de Trillo en el accidente aéreo. Tampoco sé, como digo, hasta qué punto fallaron sus subordinados. Pero da lo mismo. Trillo manejaba el Ministerio y tiene que responder no sólo de sus actos. Queda feo que eche a otros el mochuelo. Y, si acaso tenía que echárselo, debió hacerlo antes. Nada más ocurrir los hechos.
Es verdad que en esta reprobación tienen mucho que ver los intereses de partido. Es lo único lamentable, además de las muertes. Pero, antes de que Trillo se metiera en política, las fobias partidistas ya existían.
Es probable que, si hubiera dimitido -y no cabe argumentar que Aznar no le dejó hacerlo-, el calvario de Trillo no hubiera sido tan largo. Pero dimitir (digo de verdad) no es un verbo que se conjugue demasiado entre el ganado político.
Tras una desgracia como aquella, seguir en política carecía de sentido. En el mejor de los casos, te acaban mandando a recontarle los votos a Fraga