García Martínez – 05 julio 2005
El nieto, nada más que por ser nieto, cumple con su obligación de hacer todo aquello (y más) que es propio de un nieto. Por ejemplo, llevar de culo al abuelo, ahora subimos, ahora bajamos, sin ninguna solución de continuidad. En esto no hay tregua que valga. Como tiene que ser, si bien se mira.
El mío, por así decirlo, maneja sólo tres o cuatro palabras. Es curioso que una de esas tres o cuatro sea, precisamente, agua. Los críos se dan cuenta de todo. Y los de por aquí intuyen que, sin agua, su propio crecimiento vital está en entredicho.
Estábamos en la terraza, al sol, desde luego, procurando convencer al chiquillo de que se pusiera la gorra. Más que nada porque lo han pelado al cero patatero, como cuando Franco, y la insolación no sería buena para su meloncico mondo y lirondo. Pero no había forma de que aceptara tocarse. Cada vez que se la poníamos, tiraba de ella con fuerza y la arrojaba unos metros más allá. Andaba entretenido con un juguete de esos que, dándoles una patada, producen música. El nieto la bailaba con muchas ganas hasta mil veces, inasequible el jodío de él al desaliento.
En esto que se queda parado, mirando con susto el suelo, en el que aparecía su propia sombra. En sus ojos se reflejaba el estupor. La criaturica acababa de descubrir ese fenómeno que es la sombra. Una vez detectada, su preocupación era quitársela de encima, alejarse de ella. Con tal de conseguirlo caminaba hacia atrás, buscando que al fin la malvada sombra se estuviera quieta. El procuraba eludirla, pero no había forma. La sombra lo seguía como si se le hubiera pegado a los pies, lo mismo que el papel de un caramelo.
Pasmadico como estaba, se agarró a mi pierna pidiendo auxilio. Entonces se me ocurrió ponerlo cara al sol, con perdón, para que la sombra quedara a sus espaldas. Y ya con eso se tranquilizó.
Seguimos jugando pero, al cambiar de posición, volvió a presentarse el mismo fantasma de antes. El niño se detuvo y me miró como interrogándome. En pocos segundos, del interior de su cabecica pelada surgió una decisión muy humana: aceptar la sombra. Convivir con ella, igual que los mayores convivimos con tantas cosas que no entendemos. Pobrecico el Nacho. Con lo pequeño que es y ya la vida achuchándolo