García Martínez – 23 julio 2005
Cuando sucede alguna desgracia de las que llamamos gordas -como el incendio de Guadalajara o lo del Prestige-, los que gobiernan y los que se oponen se enzarzan en una estéril discusión, buscando los unos echarle el mochuelo a los otros. Tanto ardor ponen en la disputa, que al final lo de menos es el incendio o la contaminación de las costas. Lo secundario, la anécdota, oscurece lo principal.
Eso ocurre porque el bien de la comunidad no es, para los políticos, lo prioritario. El interés del debate se centra en ellos mismos. En definitiva, en la estabilidad del sillón en el que tienen instaladas las posaderas. Cuando la ciudadanía, impotente, se da cuenta de esas cosas, entra en depresión. Y cuando quiere recuperarse, otro accidente vuelve a sumirla en lo mismo. Al hombre de la calle apenas le quedan fuerzas para gritar: «Listas abiertas, queremos listas abiertas». Otros, los sanguinos, se ciscan en unos políticos que más parecen politiquillos. ¿Y qué hacen estos? Pues tirarse los trastos a la cabeza -léase lo de Rubalcaba con uno del PP-, estando los muertos todavía por enterrar.
Cada vez que se produce una catástrofe, los que mandan se asoman a los micrófonos y a las cámaras para proclamar, solemnemente, un serie de medidas que se disponen tomar para que el desastre no se repita.
Y así van, con una historieta de promesas detrás de otra, pero que, por lo que tenemos visto, nunca se cumplen. A nuestros dirigentes -tan ocupados como están en mirarse el ombligo- no les gusta nada el refrán: vale más prevenir que curar. Todo lo que sea adelantarse a los hechos les produce una fatiga infinita. Les repugna el verbo prevenir. Y eso es porque la prevención no vende. Tomar decisiones para que ciertas catástrofes no sucedan es una labor que se hace a la chita callando, de modo que sólo se enteran unos pocos. La propaganda brilla por su ausencia.
Cada vez que dicen: «Vamos a hacer esto y lo otro», uno se pregunta: «¿Y por qué no lo hicieron antes?». El caso de los incendios forestales es paradigmático. Si saben que el peligro acecha más que nunca debido a las circunstancias meteorológicas, ¿no es eso un acicate suficiente para que se levanten de la eterna siesta?
Pues, mire usted, parece ser que no