García Martínez – 26 julio 2005
Me creo yo que al pueblo en general -y al ciudadano en particular-, en el fondo le da igual que un político haga el rídiculo. Tanto de palabra como de obra. Estos días son demasiados los conspicuos que andan metiendo la pata hasta el corvejón.
No negaré que, en un primer momento, quien más quien menos se deprime una miaja, lo mismo viéndolos que escuchándolos. Porque, hombre, una mínima confianza en ellos sí que se tiene. Lo que ocurre es que esa depresión que digo es muy pasajera, se pasa en seguida. A fin de cuentas, el político como individuo nos importa un bledo. Se trata sólo de uno que se equivoca. Allá él.
Pero no se queda ahí la cosa. El desprestigio individual repercute, más o menos, en las instituciones en cuyo ámbito ellos trabajan y cobran. (Lo primero con menos frecuencia que lo segundo, pero, bueno, vale).
Cuando a través de actitudes estúpidas se daña al sistema, el problema es ya más grave. (Aludo al sistema de derechos y deberes que nos hemos dado, y cuya esencia no acabamos de asimilar, a pesar del tiempo transcurrido).
La democracia es una manera de organizarse para vivir mejor. Pero resulta que quienes la dirigen -por medio del gobierno y de la oposición- son seres humanos. Y, por desgracia, no siempre los mejores seres humanos.
Esas batallitas que se montan entre ellos erosionan la credibilidad. La gente deja de fiarse de ellos. Y, como consecuencia, se acaba poniendo en duda la eficacia de la fórmula democrática para hacer la mejor política.
Llega un momento en que el personal se cansa y se aburre de contemplarlos incurriendo siempre en los mismos errores. Dentro y fuera del Congreso de los Diputados. En los escaños y también en los pasillos. Más que parlamentarios, parecen ladramentarios.
Un ejemplo reciente: si alguien dimite -como la señora del fuego de Castilla-La Mancha-, no se conforma con dimitir y santas pascuas. Aprovecha para hacer elogio excesivo de su renuncia y echar en cara a los de la oposición que no hayan hecho lo mismo en circunstancias parecidas. Todo esto tiene su origen, creo, en que la política se hace sólo pensando en el partido y en ellos mismos. Al pueblo, que le vayan dando.
-A pagar y a callar