García Martínez – 02 septiembre 2005
Ni que decir tiene que tanto los lectores como el cronista agradecen a don Pedro Soler que haya regentado este quiosco durante el mes de agosto. El lector lo agradecerá doblemente. Por tenerle la tienda abierta y porque descansó de las paridas de servidor. En realidad, uno toma la vacación no en beneficio propio, sino para que el lector respire. Estas cosas hay que decirlas. Por higiene.
Comoquiera que el mundo nos trae todos los días alguna pepla, me topo yo ahora con una más grave de lo que me gustaría. Aludo a la lengua azul que afecta a la clase rumiante.
La pobre cabra, por no ir más lejos, anda loca de preocupación. No deja de mirarse al espejo y sacar la lengua, con tal de comprobar si le ha cambiado de color el órgano. Porque, si el viraje fuese al azul, habría que sacrificarla. Y en esto no puedes acudir al presidente Valcárcel para pedir clemencia. La norma está por encima de su autoridad. Y esa norma establece que a todo bicho que tenga azul la lengua, hay que echarlo fuera del mundo de los vivos.
El problema -digo con la cabra- es tremendo. Aparte de que esta enfermedad es absolutamente inoportuna. Queda fuera de tiempo y de lugar. Se entiende que el ganado de cuando Franco tuviera la lengua azul (y, mejor aún, azul mahón), ya que de la uniformidad del sistema no escapaba nadie. Pero, hoy, con la democracia, ni la lengua, ni el lenguaje azul tienen ningún sentido.
Y luego está lo del toro, que también es rumiante. El empresario Bernal se ha traído para la Feria, por si un caso, ganado más que de sobra. Pero conviene asegurarse de que, en el transcurso de la lidia, no se le ocurrirá a ninguno de los animalicos sacar la lengua.
No es fácil conseguirlo. El toro, cuando hace demasiado ejercicio, como sucede en las corridas, tiende a echar la lengua fuera. Puestos a sugerir, yo sugeriría que los purgasen. Las madres de antiguamente, cada vez que el nene mostraba la lengua sucia, lo atiborraba de aceite de ricino.
-¿Y para escribir esta tontada ha desplazado usted al bueno de don Pedro? -protesta con mucha razón el lector.
Ya ve usted. Por eso digo de agradecerle al hombre la sustitución. Y, tocante a los que sigan leyéndome, sepan que sólo sufriendo se gana el Cielo