García Martínez – 29 septiembre 2005
Iban pasando de uno en uno por delante de la cámara. Era todavía noche oscura pero, gracias a los focos, se notaba que eran jóvenes negros. La vestimenta hecha harapos -pues las alambradas son incómodas-, los pies descalzos -o con un zapato de su padre y otro de su madre-, las manos sangrantes y los ojos muy abiertos, como pasmados. Pero al mismo tiempo…
Pues ya ve usted: felices y contentos. Con un español chapurreado, aprendido para la ocasión, un negrito decía a los de la tele, o sea a nosotros: «Estoy muy contento. Soy feliz ahora». Y componía una sonrisa. Después pasó otro: «Soy libre y estoy contento».
Qué bien. Probablemente, todos felices y contentos. Y libres. Su libertad consistía en que, si los guardias los invitaba a subir en la furgoneta, ellos salían corriendo para ejercer mejor esa libertad recién lograda. Y Melilla, revolucionada por la avalancha de negritos en las últimas horas.
-No les llame así, por favor.
Mire, señora, vamos a dejarnos de hipocresías y de lastimicas cínicas. Son más negros que el betún. Igual que usted y yo somos blancos. O rostros pálidos. Y otros son gitanos. ¿Qué pasa? ¿Es que cuando cantamos aquello de: «Yo soy aquel negrito del Africa tropical», entonces sí que vale, porque suena bonito?
Un montón de negros que se escaparon del Infierno. Y que sólo por haber pisado tierra española se sentían libres. Con qué poca libertad se apañan. Los mandarán de vuelta al Infierno del que proceden, pero por unas horas son libres. Y algo tan efímero y frágil hace que se sientan felices y contentos.
También eran muy libres cuando las autoridades del PP y las del PSOE descargaban en San Javier un avión lleno de negros y los dejaban libres a orillas de la carretera. Allá se las apañen. ¿No les mola ser libres? Ahora que el gobernador de Melilla pide solidaridad a otras regiones, supongo que no pretenderá que se repitan esos desembarcos. Digo.
En Estados Unidos los llaman «espaldas mojadas». Como esta vez han llegado tantos, muy pronto los medios inventarán algo eufónico para bautizarlos. «Espaldas rotas» o así.
Con ayuda o sin ayuda de Marruecos, la inmigración se ha desmadrado. Y nosotros, mientras tanto, entretenidos con lo del Estatut.