García Martínez -30 septiembre 2005
Como aquí somos, si otra cosa no, educaditos, lo primero que haré es felicitar a Miguel Navarro, alcalde de Lorca. No necesariamente por haber manifestado que Maragall e Iglesias dicen gilipolleces, aunque también. La cosa es que el jueves fue su santo. Yo me lo topé el día anterior en el pleno de la Asamblea Regional. Pero no pude expresarle mis mejores deseos porque, de pronto, desapareció dejando el escaño triste y solo.
En los corrillos, los camaradas de Miguel insinúan que estas salidas suyas obedecen al deseo de acumular votos para su persona. Otros, más benevolentes, le quitan hierro al tema diciendo: «Son cosas de Miguel». Con esto lo ponen en pie de igualdad con Rodríguez Ibarra, que también tiene la costumbre de sacar los pies del tiesto.
Ni sé, ni me importa, cuál es la intención última de Miguel Navarro con estas cosas suyas. Pero, quieras que no, en una democracia que rinde tanto culto al partido -al propio, claro-, que alguien se desmarque de la línea oficial viene a ser como un soplo de aire fresco.
Estamos tan hartos de que los políticos sean la voz de su amo, que las rebeldías de estos rebeldes nos llenan de satisfacción. Porque nosotros sólo tenemos el recurso del voto (pero cada cuatro años) o que alguien les cante la gallina de cuando en cuando. Un desahogo.
-¿No será una argucia del poder para darnos, con tantísimas de cal, siquiera una de arena?
No creo que hilen tan fino, siendo como son tan bastos. Estos pecados políticos -los que practican Miguel, Ibarra e incluso Guerra-, me creo yo que nacen de ellos mismos, de su interior visceral. Largar como largan equivale a una terapia. Es una manera de tranquilizarse. Como nos ha tocado un Presidente tan suave, aún se hace más necesaria esta ruptura de las formas.
-Perdone, pero ¿quién es ese Iglesias? Porque a Maragall sí lo conozco.
No se preocupe. ¿Para qué estoy yo aquí, si no es para asistir al lector? Este Iglesias es el del trasvase del Ebro. O sea, el presidente de los aragoneses, que ha encontrado en esto del agua, lo mismo que Barreda, un turroncico.
-¿Y quién es Barreda?
Eso se lo contaré mañana. Pero, vamos, ambos dos son nadie.
O eso esperamos.