García Martínez – 01 octubre 2005
¡Bendito sea el Señor y su santo nombre! Parece que, con más o menos reticencias, todos los políticos del espectro están de acuerdo en que se prohíba el anonimato en las donaciones de particulares a los partidos.
Responde esto sin duda al viejo eslogan de: «Luz y taquígrafos», ese que tanto incomoda a los que viven del chupe. Digo que con más o menos reticencias, aunque tendrán que aceptar sin más remedio la que todavía no es norma. Al que ponga pegas le podrán decir: «Si te niegas, algo ocultas».
De manera que pronto vamos a saber quiénes, desde la privacidad, financian a los partidos. Y no únicamente por curiosos que somos, aunque también. Con la prohibición, podremos cotejar si un benefactor recibe a cambio alguna prebenda. Algún turrón.
De llevarse a cabo el proyecto -y no se trata sólo de buenas intenciones-, la democracia ganará en brillo y esplendor. Con tantos palos como contribuyen a ensuciarla, clarificar será recibido por los ciudadanos me creo yo que con legítimo alborozo.
-¿Se da usted cuenta de que, últimamente, los políticos usan mucho la palabra legítimo?
Eso es porque no andan muy seguros de su propia legitimidad. No porque no la tengan de origen. Es porque la van perdiendo en el día a día de sus actuaciones.
De todas formas, el escepticismo enfermizo del cronista le hace suponer que hecha la ley, hecha la trampa. Verás tú cómo se las maravillan -Lola Flores dixit- para componer alguna triquiñuela que les permitan seguir como hasta ahora. Es una pena porque la necesidad de hacer en el país las cosas como Dios manda es muy acuciante. Me imagino que, a no mucho tardar, los fontaneros del tinglado político diseñarán un mecanismo, por el que si tú donas unos cuartos para un grupo -aunque no sea el caso-, no se entere ni el buen Dios.
Así es la vida. La propuesta, por venir de los mismos que ahora se aprovechan -al menos teóricamente- del oscurantismo tenebroso, podría ser un intento de vestir de seda a la mona. Como sucede tantas veces y con tantos negocios.
¡Ay! El dinero es muy zorro, Miquelarena. Y sabe disfrazarse con muy apropiados ropajes para mejor disimular. Pero, en fin, menos da una piedra.