García Martínez – 05 octubre 2005

Por si no teníamos bastante con la polvareda que está formando el Estatut, este país de países y nación de naciones (como dicen que somos) entra en polémica -y no pequeña- en torno a cómo los jugadores de fútbol celebran los tantos que meten.
Con ello se demuestra la facilidad con que acudimos al trapo. Principalmente los opinadores de los medios. Pero, claro, la influencia de estos señores es tan grande, que incluso en las tertulias privadas priva el tema.
El tomate se ha formado porque, en un encuentro del Real Madrid, los tres futbolistas brasileiros festejaron un gol haciendo la cucaracha. Sencillamente, se tumbaron de espaldas en el césped y empezaron a mover las patitas.
Esa cosa tan tonta ha despertado las iras de la gente de orden, la misma que entiende que todo lo que se salga de la rutina es pecado mortal. Son los que toman el fútbol como algo absolutamente serio y barbudo. Un ámbito en el que cualquier chorrada que se produzca pasa a ser de interés nacional. Y, entonces, esa polémica convive en pie de igualdad con otra, como es la que se refiere a si España es una sola o son, en verdad, diecisiete.
Desde el sentido común, la más o menos espectacular celebración de los goles no es nada más que peccata minuta. Algo debe de haber cambiado (y para peor) pues, cuando Hugo Sánchez daba su particular voltereta, nadie se llamaba a escándalo. Incluso gustaba.
Ha sido la imitación de la cucaracha debatiéndose lo que ha desencadenado el follón. Debe de ser por la repulsión que provoca en muchos ese animalillo de Dios. También hacen el perro, o el canguro, en fin, lo que se les viene a la cabeza. Uno se pregunta: «¿Y qué más da?». El fútbol es un juego, un entretenimiento, un espectáculo. Y soporta, sin chirriar por ello, que el jugador manifieste su alegría goleadora de una manera estrambótica.
Somos muy serios los españoles. No aludo a la seriedad de hacer bien la cosas o de discernir entre lo principal y lo accesorio. Se trata, por desgracia, de la seriedad improductiva del burro. No tenemos sentido del humor. Hasta lo más insignificante nos lo tomamos a pecho. Como, por ejemplo, que tres brasileños blancos, pero morenos, levanten las dos patitas de atrás.