García Martínez – 07 octubre 2005
Comoquiera que Adolfo Fernández luce el sambenito del ingenio, pues le ocurre que despierta pasiones encontradas. Unos ensalzan lo que hace. Otros procuran mortificarlo, diciendo: “Cosas de Adolfo”.
-Eso ya lo dijo usted el otro día, refiriéndose al alcalde de Lorca.
¿Y qué? Acerca de Navarro me ratifico. Y tocante a Fernández, permanezca el lector atento, si quiere, a lo que diré. Ingeniárselas a favor de Murcia es una constante en el discurrir vital, por así decirlo, de Adolfo Fernández. Desde la riada famosa de Valencia, recabando dineros subastando un burro -rara avis in terra hoy en día-, hasta lo último, recentísimo, que ha llevado a feliz término.
Aunque su nombre no aparece por ninguna parte, ha sido él quien ha inventado y logrado que, a la entrada del Consejo de Europa, en Estrasburgo -cuyos tranvías deberían ser un ejemplo para Sánchez Carrillo-, luzca un homenaje en bronce a los derechos humanos. Su autor es González Beltrán, que está que arde de tan en el candelero como se le ve. Si no me equivoco, la pieza constituye una copia de la que ya se instalara en el Jardín de Santo Domingo.
La inauguración a pie de obra ha estado a cargo del ministro de Exteriores, diversas personalidades europeas y la Orquesta de Jóvenes de Murcia, que tocó, con buen criterio, una suma y resumen de las músicas de España, sin olvidar El Caserío, de Guridi, fíjese usted lo que le digo.
Es bueno que algo de Murcia, pero tan universal, dé la bienvenida al Consejo de Europa. No ya a meros europeos, sino a personalidades de todo el mundo.
-Y a la gente de a pie, ¿qué?
Lo mismo. ¿Joder, cómo está hoy el lector! Debe de ser por lo del agua. Pero yo no soy todavía la Narbona.
Entonces, ¿qué pasa? Pues que este éxito murciano-europeo hay que adjudicárselo muy principalmente a Adolfo Fernández. Porque es de justicia y porque me cae bien.
-¿Vaya! Porque le cae bien, ¿no?
Pues sí, señora, ¿para que la voy a engañar? Pero, vamos, el elogio no es tanto por lo segundo como por lo primero. Pues, siendo una cosa de Adolfo es, además, una cosa como Dios manda y que le da brillo a Murcia