García Martínez – 29 octubre 2005
Hay piquetes que, de tan violentos, ponen al resto de los ciudadanos en la picota. Se llaman a sí mismos informativos, pero tienen una manera muy curiosa de informar: a pescozones. Así no se hace buena patria. Y menos aún buena patria democrática.
Uno puede aceptar o no las razones de una huelga. Pero, incluso aceptándolas, no debe permitir, aunque a la fuerza ahorcan, que una persona o un grupo de ellas se dediquen, en un momento dado, a hacerles la vida imposible a los demás. Y esto es así, se mire por donde se mire.
Si un individuo o un colectivo tienen que hacer reclamaciones, háganlas, que ese es su derecho, pero cumplan también con su deber de no molestar a quienes no tienen culpa de nada. Comentaba el periodista Alfonso Rojo, en una de las mil tertulias que por ahí funcionan, que, según Lenin, una huelga no dañina, ni es huelga ni es nada. Así acabó el señor Lenin, claro. No me creo que sea, en estos tiempos que corren, la mejor referencia.
En fin, que la vida es dura y todos tenemos muchos problemas. Entre los más importantes, una hipoteca que pagar. Si a eso se le añade que, de cuando en cuando, surge una huelga dañina -además de para el patrono, para el público en general-, pues apaga y vámonos.
Estas cosas pasan porque, para cada cual, lo suyo es lo importante. A mí también me molesta el precio al que se ha puesto el gasóleo, pero comprendan que yo no pertenezco a la organización esa del petróleo. Bien que lo intenté, pero no quisieron admitirme.
En democracia hay que estar a las duras y a las maduras. Lo contrario constituye hipocresía. Para mí, el más santo mandamiento de esta forma de organizarse consiste en no darle el follón al vecino. Es algo muy antiguo, pues ya lo incluyó el mismo Jesucristo en su repertorio evangélico: «No hagas a otro lo que no quisieras que te hiciesen a ti».
-Si es que es de cajón.
Ya, pero los sindicatos son muy suyos, qué quiere usted que le diga. Aparte de que hay huelgas y huelgas. Las que se hacen contra el Gobierno -el gasóleo, la sanidad, los docentes- perturban a miles de personas. Esa desproporción es injusta. Y si por lo menos se respetaran los llamados servicios mínimos, tírale que va. Pero es que ni eso.