García Martínez – 30 octubre 2005
Pues, mira tú por dónde, me acabo de llevar un disgusto grandísimo. Y eso que, como a tantos otros, me los tiene prohibido el médico.
-Piense usted que la vida es muy dura.
Bueno, sí. Pero yo me prometí a mí mismo no alterarme jamás. Principalmente por la tensión.
-¿Cómo la tiene usted?
¿Yo? Como todos los de aquí de Murcia. Alta de más. Y eso por lo dados que somos a la mojama, a la hueva, al bonito y al atún de ijá.
Pero volvamos al disgusto, que siempre nos engolfamos con los prolegómenos y el lector tiene muchas cosas que hacer.
Me entero de que en algunos colegios están empezando a cambiar las pizarras de toda la vida por pantallas de esas electrónicas.
-¿Y eso le disgusta?
Hombre, pues sí. Si te fijas, las dichas pantallas no echan gusto a nada. Es una cosa inodora e insípida, aunque no incolora, esto último lo reconozco. La pizarra, la tiza, el trapo de limpiar la pizarra y el polvo de la tiza le imprimen carácter a la escuela. Lo mismo que el incienso a la misa mayor.
Tu entras en un aula y huele a tiza.
-Y a humanidad.
Bueno, también a humanidad. Pero eso es porque están allí los zagales, que no se reprimen de nada. Aparte de que tampoco pueden, porque todas esas mierdas que comen los chiquillos de ahora producen muchos gases. Eso lo he experimentado yo mismo. Entonces, de acuerdo: a humanidad, pero también a tiza.
En cuanto que les metas la pantalla olerá sólo a humanidad y a pedos, pero no a humanidad, pedos y tiza. Sin embargo, esta última atenúa en mucho lo anterior. Porque la tiza es neutra y limpiadora, a ver si me comprende.
La pizarra merece un respeto. Dice el maestro: “Juanito, a la pizarra”.
-Juanito no ha venido, porque está malo su hermano.
-¿Y quién es su hermano?
-Servidor.
Dejémonos ya de tonterías. Con la pizarra, sufriendo cuando no se lo sabe, disfrutando cuando se lo sabe, el muchacho se hace hombre de provecho. Con la pantalla, lo más que puedes conseguir es que te dé la corriente.