García Martínez – 3 noviembre 2005
Así es que me dije: «Voy a tragarme, me cueste lo que me cueste, el debate sobre el Estatut, por si un caso tocaran algo de Murcia».
-Pero, por Dios y por la Virgen, ¿cómo van a tocar nada de Murcia en un evento tan solemne?
Pues, mire usted, tocaron. Fue durante el discurso de Rajoy, cuando afirmó que el pueblo es soberano y que, ante él, no cabe blindar ríos. ¿Cómo se te queda el cuerpo?
Ya que andamos con Rajoy, diré que hasta ingenioso estuvo. Pero, vamos, no lo digo yo. Lo dijo un tertuliano, Enric Sopena, que es más de Zapatero que donde los fabrican.
El aperitivo de la sesión corrió a cargo de los ponentes catalanes, a los que instalaron allí en el hemiciclo en un como quiosquillo ad hoc. La del PSOE, Manuela de Madre…
-Vamos por partes: ¿de qué madre estamos hablando?
De ninguna. Es que se llama así. La joven estaba encantada de conocerse, saludando con la mano, besando con la boca, risueña. Llegó a indentificar el fandango de Huelva, su tierra, con la nova cansó. Los otros dos, Mas y Carod, se mostraron una miaja capullos en sendos momentos dados. Argumentó el de CiU que, no habiendo habido violencia por parte catalana, «si no nos aceptan el Estatut, ¿cómo quieren que lo hagamos en el futuro». Y el de ECR, algo parecido: «Si ahora nos cierran esta puerta, ¿qué puertas nos dejan». ¿Lo coge el lector? En fin, dejémoslo en capullos. El mismo Carod le largó una andanada a Zapatero: «Sea valiente -le espetó- y cumpla la palabra dada». Como lo cuento.
También echaron mano de Azorín (que no era culé, sino alicantino de la vecina Monóvar) porque sentenció una vez que «en España hay un estado y varias naciones».
Se fueron todos a comer. Por la tarde tuvo lugar la merienda parlamentaria, que no llegó a ser una merienda de negros. Y, por la mañana, todo había discurrido tan bien, que los ponentes catalanes dijeron estar «impresionados» por el buen comportamiento de los diputados del PP. Pero, claro, con eso daban a entender que estos de la derecha se echan al monte por un quítame allá ese estatuto. Elogio, pues, envenenado.
Y ya, finalmente, me acosté. Pujol llevaba un buen rato dormido.