García Martínez – 6 noviembre 2002
No me lo puedo creer. Dicen que anda congestionado el Materno de la Arrixaca, como consecuencia del gran número de señoras –y señoritas, ¿por qué no?– que llegan al centro con la intención de parir. No sé qué decirle a usted. Lo mismo es que no se tiene en cuenta que, en este tipo de pacientes (si se les puede llamar así), su número se multiplica nada más ingresar. Quiero decir que encaman a una persona y, al poco, esa persona se desdobla en dos: la que parió y el parido.
Pero, vaya, creo yo que los directivos del centro ya lo tendrán eso previsto, pues es algo que ocurre siempre, salvo en los casos de aborto, que son los menos. Y también sucede que, algunas veces, el desdoble que digo no es en dos, sino en tres (como cuando son mellizos o gemelos), en cuatro, en cinco e incluso en seis individuos. Aunque esto último no sea lo más frecuente.
Para entenderlo mejor, contemplemos el hospital desde la calle. Tú estás viendo allí al fondo un edificio con sus ventanas y tal. Y dices: gente que hay dentro ahora mismo, 317. Muy bien. Cierran las puertas para que no entre ni salga nadie. Y a los treinta segundos, ¡zas!, ya tienes 325, porque han venido al mundo 8 personitas nuevas.
Un establecimiento en el que se da lo que acabo de contar, sin duda ninguna es peculiar. Algunos atribuyen la masificación a los estímulos del Gobierno en favor de la natalidad. No sé qué decirle a usted. A mí me parece que no ha dado tiempo a que tales estímulos rindan su fruto. Esto no es llegar y besar el santo.
Los indicadores dicen que tales medidas se acordaron hace menos de nueve meses. Y muchas ni siquiera han entrado en vigor. Las señoras y señoritas, por su parte, tienen la costumbre de parir nueve meses después del ayuntamiento. De modo que estos partos de ahora no cabe atribuírselos ni a Zaplana, ni al mismísimo Aznar.
—Aquí es que el Gobierno en seguida se quiere apuntar el tanto para mortificar a Zapatero.
Lo indudable es que, en pasando nueve meses o así, se van a producir ingresos a punta de pala. Para entonces –cuando los hijos vengan ya con algo más que un pan debajo del brazo–, la autoridad sanitaria, que no se chupa el dedo, habrá tomado sus precauciones.
Y, en fin, teta al nene.