García Martínez – 7 noviembre 2005
Hay gente que no traga las tertulias de la tele. Con lo cual se demuestra y confirma aquello de que hay gente pa to. A mí, en general, me entretienen. Hasta estoy por decir que me enganchan, como a otros los engancha el Gran Hermano. Aunque hay un pero importante que oponer.
Ese pero que digo, al revés de los famosos de Cehegín, consigue a veces sacarme de quicio. Hablo de los tertulianos que, por lo que sea, se muestran en exceso defensores de un solo partido. Y, además, a ultranza. Es que montan unas discusiones mostrencas y barriobajeras. No hay quien pueda pararlos cuando se encanan. Me consta de algunos moderadores que, ante la imposibilidad de hacer callar al tertuliano enloquecido, han intentado suicidarse.
Es tremendo. Se empecinan en la defensa de lo defendible, desde luego, pero también de lo que no tiene defensa. Y esto los hace odiosos. Digo yo que se puede padecer, por circunstancias, una cierta simpatía hacia un partido y hacia sus jefes. Pero sin pasarse. Lo peor que le puede pasar a una tertulia es que, antes de que empiecen a hablar, tú ya sabes lo que va a decir cada uno. Para ese viaje no hacen falta alforjas.
Las tertulias así planteadas son lo más parecido al hemiciclo del propio Congreso. Lo que hacen en realidad algunos tertulianos es reproducir, sólo que a través suyo, lo que tú ya has visto y oído a los diputados. O sea, pura redundancia.
-Como si les pagara el partido.
Bueno, parecer lo parece. Sobre todo los más cazurros. O son más del PSOE que quien lo inventó, o sea don Pablo Iglesias. O son más del PP que cuando enterraron a Zafra.
Sencillamente insoportables.
-¿No dará usted nombres?
Si es que no hace falta. Sólo hay que asomarse a la tele. Pero daré algunos. Los más extremados son, por la izquierda, Enric Sopena, Amparo Rubiales y María Antonia Iglesias. Y, por la derecha, Carlos… (uno que es calvo de antiguo, pero no me acuerdo cómo le dicen) e Isabel San Sebastián que, sin embargo, luce una excelente cabellera.
De verdad lo digo: se ponen antipáticos. Lo que pasa es que, si tú te estás tomando mientras un vinico con algo de tapa, les dices: «¿Que se vais a matar!». Y, divertido, sigues libando.