García Martínez – 19 noviembre 2005
De un tiempo a esta parte toca LOE. Cuando digo LOE, digo también LOEG, LAGA, LAGO, LUGO o cualquiera de las denominaciones siglásticas que se han venido adoptando para desasnar a nuestros hijos.
El principal problema estriba, por así decirlo, en que ninguno de esos planes ha dado en la diana de la eficacia. Cada maestrico trae su librico, cuya letra pretende imponer empecinadamente. Ninguno acierta. Y los zagales están que se nos mueren de castos y sencillos. Los críos se han instalado (los hemos instalado), más que en un vivir muelle, en un vivir látex. Todos los derechos, incluido el derecho a la gandulería, pero ninguna obligación.
Una mal entendida democracia tolerante en exceso nos ha llevado a una situación verdaderamente penosa. Son pajaricos sueltos, que dijo Vicente Medina. Los chiquillos, ni puto caso que le hacen al maestro. A veces -y lo digo como exageración- se sacan la chorrica en clase y se mean.
-¿Todos?
No. Todos, no. Siempre hay excepciones, gracias sean dadas a Dios. Pero el caso es que no pocos profesores tienen que hacer cola en la consulta del psiquiatra, porque les entra la depresión que les origina el «yo no puedo hacer nada. No soy nadie».
Andan a vueltas con la asignatura de Religión. Como si sólo de la asignatura de Religión viviera el travieso escolar. Y, se empeñe quien se empeñe, no es eso lo más importante. Aquí de lo que se trata es de que los alumnos reciban una educación integral. Y, desde luego, que ellos mismos caigan en la cuenta de que sin esfuerzo no se llega a ninguna parte. Que la vida es larga, dentro de un orden, y no se la van a pasar, coño, haciendo botelleo. Y si los zagales no lo entienden, la sociedad, los padres, el ambiente propicio, en fin, tendrán que hacérselo entender. Pues que llevamos unas cuantas generaciones -entre pesoes y peperos- que guárdeme usted la cría.
Nuestros políticos copian los planes de enseñanza de otros países, justo cuando esos países se los quitan de encima porque no les sirven. Y digo que si los hijos de la postguerra no somos, en general, como para lanzar cohetes, ya me dirá usted los hijos que salgan de una democracia a la que cada día se le dan varias patadas en el culo.