García Martínez – 28 diciembre 2005
Don Santiago Bernabéu de Yeste, que era jefe y padre indiscutido de la cuadrilla blanca -poco que ver con Florentino-, navegaba en su barquita el mar de Santa Pola. Cuando las aguas se mostraban calmas y el sol del llamado entonces Sureste se sentaba en la gorra del líder, don Santiago metía en su mente al Real Madrid y maquinaba grandes éxitos deportivos.
Desde la mar, mandaba inspiraciones diversas a la cabeza, tan receptiva, de una Saeta Rubia que animaba los oscureceres madrileños y encandilaba a medio mundo.
El Real Madrid de entonces blanqueaba, enjalbegándolos, aquellos tiempos grises del franquismo. Y este mismo franquismo tan gris se beneficiaba de su fama en la Europa libre, que ya empezaba a guiñarnos el ojo. No por mérito de Franco, sino por el de aquellos muchachos de la camiseta impoluta, que bailaban al ritmo que imponía Bernabéu desde su retiro santapolero.
Luciendo una rubiedad algo exótica que perdió con los años, Di Stéfano era la estrella y el blasón de España. Su genio ayudó a que se borrara definitivamente una autarquía que había sido la reacción a nuestro orgullo humillado por las democracias que iban surgiendo alimentadas por el Plan Marshall. A nosotros sólo se nos daba por saco, salvo una leche en polvo y un queso amarillo excelentes, pero que el pueblo despreciaba porque le sabía a poco.
La España que iba saliendo del hoyo que los mismos españoles propiciamos matándonos los unos a los otros, ha de agradecer a Di Stéfano que las naciones civilizadas nos miraran con menos desprecio y más simpatía. Lo que no lograba el Caudillo desde El Pardo, lo iba consiguiendo la rubia saeta en los verdes campos del fútbol.
Recuerdo tardes/noches gloriosas, con los bares atestados de gente embobada, mirando la televisión todavía en blanco y negro, pero más blanco que negro, pues sólo se veían las camisolas madridistas -como dijera Matías Prats- insistiendo una y otra vez en la línea frontal del área.
Di Stéfano -que se hizo español con papeles- contribuyó a que España saliera de su aislamiento mucho más que aquel general Eisenhower que se paseó por Madrid, en coche descubierto, con Franco a la verita suya.