García Martínez – 13 diciembre 2005
Se lamentaba el compañero Ibarra, a propósito del último encuentro del Ciudad, que los graderíos de la Condomina mostrábanse como «mustio collado», que dijo el otro, por lo escaso del personal que los ocupaba. Esto hace que algunos opinen que en Murcia no hay afición. O sea, lo mismico que en los toros, que va la gente allí a merendar más que a ver al duque.
Otros piensan que la afición de Murcia es muy particular. Pero no. En Murcia y en Osasuna (?), los aficionados, si bien se mira, son ocho o diez. Justo los ocho o diez que, con nieve o con sol, acuden al campo sin desaliento ninguno. Y si con desaliento, al menos procuran no manifestarlo. Es la que se llama -y con tantísima razón- la sufrida afición.
Todo lo que no sea dicha afición deviene anécdota. Me refiero al público en general, que acude al estadio sólo cuando el equipo va bien. Cuando cabe enfervorizarse por lo que sucede en el terreno de juego. Cuando, en fin, los futbolistas le dan a uno la oportunidad de pasar un buen rato.
No cabe, pues, llamarse a escándalo si, cada vez que el Ciudad o el Real no responden a las expectativas, el personal se hace el loco y se queda quietecico en la mesa camilla, mirando la tele. Y, pues que de tele hablamos, sépase que ella es, en buena parte, culpable de lo que está pasando.
-Y la radio, ¿qué?
También. Radio y tele sirven para todo el mundo, menos para la minoría. Al aficionado sólo le aprovechan cuando, por estar escayolado, no puede ir al campo. Antes, por lo que fuera, ver un encuentro en la grada tenía la divina emoción de asistir a un evento que ningún otro podría disfrutar o sufrir, si no colocaba el culo en el duro cemento. A la salida, la gente preguntaba: «¿Cómo han quedado?». Y tú te dabas el gusto, no ya de comunicar el resultado, sino de largar un bonito discurso sobre el desarrollo del encuentro. Y esto te gratificaba enormemente.
En todos los órdenes de la vida, la afición la compone siempre unos cuantos. Son los incondicionales. Lo que han de hacer los clubes, si quieren público, es vender espectáculo. Buen juego y, sobre todo, resultados. No se diga, por tanto, que la afición murciana es cicatera. Lo que pasa es que somos cuatro gatos.
Y el árbitro.