García Martínez – 10 diciembre 2005

Los ediles de ahora más parecen hijos de aquel tercio familiar de cuando Franco que de la madre Democracia. Nunca como hoy se notara en los ayuntamientos la presencia, real o figurada, de los familiares de los concejales. Hasta los del propio alcalde. Cada vez más, la familia del político no se queda en casa, sino que se le sube a la chepa por mejor coger las brevas.
A estos familiares que digo les pasa lo que a las madres de los toreros: que sufren lo que no está escrito durante todo el tiempo que el maestro anda por el ruedo delante o detrás del toro. Deshojan si lo pillará o no lo pillará, si recalificarán o no recalificarán (el terrenico ese que nos dejo el abuelo o incluso el terrenico recién comprado).

Hasta la fecha, lo que sucede con esto es que un partido denuncia el pelotazo de algún conspicuo del partido contrario. Pero la cosa no suele ir a más. Aparece en los medios y, antes o después, se olvida. Porque, claro, mientras no haya pruebas tangibles, todo se queda en meras sospechas. «Si no tienen las pruebas -dicen los probables corruptos- ya pueden bailar, que me da lo mismo».
Pues, mire usted, no da lo mismo. En política (y también en otros órdenes de la vida) hay que ser honrado y además aparentarlo. Si sobre quien nos administra caen sospechas, lo primero que tiene que hacer el administrador es desmentirlas convincentemente. Y pronto. Si no lo hace, si sus excusas tienen la consistencia del humo, entonces el gerifalte queda ahumado. Quiero decir que dejaremos de fiarnos de él. Y un político sin fiabilidad, donde mejor está es fuera de la política activa.
Abuelos, padres, hermanos, hijos, sobrinos y demás familia son estupendos para reunirse a festejar el cumpleaños de alguno de ellos. Pero no tienen por qué sobrevolar los plenarios municipales -como fantasmas, me refiero- viendo a ver qué conejo trincan con sus afiladas garras.

Se están pasando. Le digo a usted que se están pasando. Un día sí y otro también nos llegan noticias de probables inmoralidades en la recalificación urbanística. No ya de las parcelas con vocación de solar, sino de los bancales. El concejal (o el alcalde) y su entorno familiar, allí donde ven un naranjo imaginan en seguida un dúplex.

De tan imaginativos como son.