García Martínez – 7 diciembre 2005
Yo no es que diga ni deje de decir. Más aún: ni siquiera me lo digo a mí mismo. Pero, a esta edad nuestra, no pasa semana sin que se te muera alguien cercano. Gente de tu edad (o de los aledaños), amigos y conocidos. Alguno de estos tiene el carácter de ídolo más o menos caído. Son personajes que hicieron época. Si otra cosa no, amenizaron tu juventud franquista.
Ahora le ha tocado irse a Gloria Lasso. Desde Cuernavaca, en el México lindo. Caso de que el lector me pregunte qué es lo más opuesto al estilo de Gloria Lasso, responderé en seguida que la música rapera. (Lo digo a sabiendas de que mi ahijada Alma se va a llevar un disgusto, por lo que ella entenderá un desprecio a Eminem, aunque me parece que ya lo está superando). Algo tan diferente a lo que hoy se lleva hace que Gloria les suene a chino.
-Pues yo estoy ya hasta el gorro de esos chinos que salen en las películas de ahora, dándose patadas en la boca.
Ya, pero esa es otra historia. Ya digo: la Gloria Lasso que vivió años en Francia y en Méjico. Y aquí: era catalana. El Lasso lo tomó de su primer marido. Tuvo seis u ocho. Por eso cantaba tan bien la que se titula Luna de miel. Tenía la experiencia de seis o ocho lunas de esas. Lunas en almíbar. Pues sí. ¿Y qué? ¿Pues acaso no bailamos, los de entonces, bien apretadicos, aquello de El humo ciega tus ojos? Qué buen guateque.
Ya no tienen prestigio las lunas de miel de entonces. Con el gusto que daba llevártela a los Baños de Mula y escuchar en el tocadiscos rudimentario la Luna de miel de Gloria.
Si hablamos de su voz, todos los adjeticos serían tópicos: arterciopelada, divina, dulce y limpia, por poner algunos. Era una voz peculiar. De esas que te confirman que el mundo es redondo. Todo parece redondo escuchándola. “Nunca sabré cómo vino esta luna de miel…” Eso no se sabe nunca. Sabemos cómo suele acabar, pero no como llegó.
Voy a decir -por si aprovechase de ilustración a los jóvenes de ahora- que una voz que se acerca a la suya es la de Ana Belén. Sólo es una opinión, ¿eh? Gloria cantaba: “Soy un extraño para ti, que pasa sin decirte naaaada”. Y ese naaada te bañaba de enervación. En los dos sentidos -que de tan extremos se tocan- que luce el verbo enervar.
Enérvanos, Gloria Lasso.