García Martínez – 6 enero 2005
Por lo visto, Murcia no es prolífica sólo en lechugas y melocotones. Me acaban de hacer saber que esta Región tendrá los defectos que usted quiera, pero «atrae a mujeres de varios países para tener hijos».
Esto lo leo en el periódico hermano del pasado lunes…
-Pero, oiga, ¿cuál es el periódico hermano, si además del nuestro hay dos?
Pues, hombre, los dos son hermanos, aunque no de la misma madre, entiéndame usted. Quiero decir hermanos en la defensa de los intereses locales.
-Con dos cojones.
Bueno, vale, dejemos eso. Para el cronista es una gran satisfacción saber que, cuando se trata de tener un chiquillo, las señoras se vienen pa Murcia y, ¿hala!, a llenar el mundo de lindas criaturicas.
Algo tendrá el agua cuando la bendicen -¿qué nos van a decir a nosotros?- y algo tendremos los de esta tierra cuando acuden a ella tantísimas candidatas al honroso título de madre.
-Como desde ahora ya pueden matrimoniar los homosexuales, pronto tendremos aquí a una legión de ellos para lo mismo, ¿no?
Pues, mire, le confieso que con esa pregunta me deja usted de una pieza. Así de pronto no se me ocurre nada. Déjeme que lo consulte esta noche con la almohada.
Sea como fuere, constituye para mí un orgullo saber que las mujeres se desplazan a Murcia para engendrar a sus pequeñuelos. Porque, para otras cosas, bien que se marchan a Madrid y a Barcelona. Algo debemos de tener nosotros, ya digo, que no tienen los demás. Sea el clima, sea el perfume del azahar, sea el zarangollo, sean incluso los caballos de vino, eso ya no lo sé. Pero lo que cuenta es que vienen y, según los síntomas, se marchan más que satisfechas.
Una cosa así desmiente la leyenda negra que pontifica que en Murcia, na de na. Que no somos nadie, como no sea unos cantamañanas, por aquello de los Auroros, principalmente.
Congratulémonos, aprovechando que estamos en Navidad y siendo como es la Navidad sinónimo de nacimiento.
-Bueno, no se le ocultará a usted que lo que se hace a las señoras es una inseminación o tratamiento in vitro…
Ya. Claro, esto cambia las cosas. Pero, oiga, tampoco me voy a poner ahora a escribir una zarabanda nueva.