García Martínez – 19 febrero 1993
Está de Dios, o de la naturaleza humana, que los rencores, cuando deciden emerger, sean menos virulentos entre adversarios que entre quienes se dicen compañeros, amigos o incluso parientes. En ese sucio mundo de los asuntos internos de un partido político, el navajeo y las traiciones alcanzan mayor frecuencia y morbosidad que cuando se trata de enfrentarse a la oposición. Puede incluso ocurrir que, al ser de tan enormes proporciones la inquina de un compadre hacia otro compadre, se eche mano de esa misma oposición que digo, con tal de que la estocada que reciba el perdedor no requiera ninguna clase de puntilla.
Aquellos que en otro tiempo marchaban del bracete por la calle, y nos paraban a nosotros, infelices transeúntes, para exponernos a una sola voz, las bondades de su proyecto, se matan ahora entre bastidores, mientras sonríen a las candilejas para mantener las formas. Aquí no pasa nada -dicen con cinismo mientras recobran aliento para morder la yugular del compañero.
Discurren semanas, meses, años. Las fuerzas están igualadas y la balanza no acaba de inclinarse. La gobernación se resiente, aunque eso importa poco si al final se cortan orejas. La ciudadanía oye ruidos, presiente el desorden, pero no interviene.
Y desde las chimeneas de todas las casas emergen, clamando al cielo, los humos del desprecio que nos producen esos que se llaman nuestros administradores y representantes