García Martínez – 28 febrero 1993
Los, así llamados, guerristas, y los, así llamados, renovadores siguen estando a la greña. El abismo entre ambos grupos es cada día más profundo. La pugna se inició en la Corte. Luego, de acuerdo con las noticias que llegaban de Madrid, los de periferia se iban posicionando. Muchos todavía andan en la cuerda floja de la indecisión, esperando a ver hacia qué lado se inclina la balanza.
Desde el punto de vista de la política seria, ser guerrista o ser renovador resulta irrelevante. Sin embargo, en la práctica, estas luchas fratricidas pueden producir mucho daño al común. Eso es algo que se está detectando ya en alguna comunidad autónoma.
No poca gente está convencida de que, si los socialistas no estuvieran separados en dos bandos irreconciliables, ciertas traiciones entre compadres que comparten militancia no se habrían producido. Cuando el personal se mantiene unido como una piña, y puede corromperse todo lo que le apetezca este o aquel político de la misma cuerda, que no pasará nada. Y no sólo eso, sino que los correligionarios saldrán en su defensa, como notoriamente ha venido ocurriendo.
Que, de la noche a la mañana, gentes de un mismo partido se echen en cara presunciones de corrupción, sólo puede provocarnos una risa despreciativa. Pues, aun cuando tuvieran razón jamás podrían convencernos de que actúan por razones de ética y no por intereses bastardos.